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sábado, 14 de abril de 2018

Los godos y el saqueo de Roma


Los visigodos tuvieron una participación destacada en las guerras civiles que enfrentaron a Teodosio con Magno Clemente Máximo (388), y con el herético Eugenio (394). Cuando murió Teodosio (395) el Imperio se dividió: la parte Oriental fue para su hijo Arcadio, y Occidente se asignó a su segundo hijo, Honorio, que solo tenía 11 años, por lo que Teodosio le había designado como regente al general Estilicón, jefe del Ejército. En ese momento crucial, los visigodos estaban gobernados por Alarico I, el primero que reinó sobre todos los visigodos, y al que Jordanes, para incrementar su prestigio como monarca, sugirió que pertenecía al linaje de los Baltos. Alarico atacó Constantinopla y asoló Grecia (395–396).
Finalmente, después de una larga campaña, el general Estilicón logró expulsar a los godos de Grecia, pero el joven y pusilánime emperador, temeroso del poder del general, designó a Alarico gobernador de Iliria, logrando con ello cinco años de paz (396—401). Cuando los visigodos conducidos por Alarico penetraron en el norte de Italia en el 401, Estilicón fue ejecutado por orden del emperador. Alarico dirigió sus ejércitos a Roma e impuso como emperador a un patricio, Prisco Átalo.
Alarico no logró someter a Honorio, aunque en agosto de 410 pudo entrar son sus tropas en Roma. Los godos saquearon la ciudad llevándose el tesoro imperial que se guardaba en el templo de Júpiter Capitolino. Además de ello, los hombres de Alarico obtuvieron a Gala Placidia como rehén para asegurar la paz. Acto seguido, los godos se dirigieron al sur de la Península para pasar a Sicilia y ocuparla antes de invadir África, principal bastión de aprovisionamiento romano. Sin embargo, Alarico falleció a poco de intentar cruzar el mar y su sucesor, Ataúlfo, desestimó este intento y regresó al norte para buscar un acuerdo con Honorio. El emperador pactó con Ataúlfo la salida de los godos de Italia a cambio de la concesión del gobierno de la Galia. Para sellar la paz, Ataúlfo se casó con Gala Placidia en Narbona, en el año 414.
En 401, Alarico marchó contra Roma pero fue vencido cerca de Polenta (402) y después en Verona. Probablemente Estilicón negoció con Alarico su ayuda contra otros bárbaros como Radagaiso, y se cree que le fue ofrecida la confirmación como «Magister Militum» y gobernador de Iliria, con unos límites que entraban en contradicción con las reivindicaciones territoriales del Imperio de Oriente. Un grupo de patricios romanos, tal vez instigados por Constantinopla, acusó a Estilicón de preparar la entrega del Imperio de Occidente a Alarico y urdió una conjura. Entonces se produjo un amotinamiento de las tropas imperiales que obligó a Estilicón a refugiarse en una iglesia, siendo asesinado en el momento de salir, tras prometérsele que salvaría la vida si lo hacía. El asesinato fue ordenado por el propio emperador (408).
Alarico regresó a Italia y obtuvo nuevas concesiones de Honorio, que había establecido la corte en Rávena. Sin embargo, una vez se hubieron retirado los visigodos, Honorio no mantuvo sus promesas. Alarico y sus tropas regresaron y marcharon hacia Roma apoyando la proclamación del usurpador Prisco Atalo (409), que era de origen jonio y probablemente arriano. Como contrapartida por su apoyo, Prisco concedió a Alarico el título de «Magister Militum».
Pero Prisco no quiso, o no pudo, cumplir sus promesas, y el rey visigodo regresó a Roma poniéndole sitio. Por primera vez en su historia desde la invasión gala del siglo III a.C., Roma caía ante un rey extranjero. Después de ser tomada por Alarico, éste depuso al usurpador Prisco (410) y sus hombres saquearon la ciudad durante tres días, tras lo cual la abandonaron, llevándose con ellos a Prisco y a Gala Placidia, hermana de Honorio. De Roma pasaron al sur, devastando Campania, Apulia y Calabria.
Alarico murió en el sitio de Cosenza (410) y le sucedió su cuñado Ataúlfo. Éste pactó con Honorio la salida de sus tropas de Italia a cambio de la concesión de tierras y del gobierno de la Galia Narbonense. El emperador aceptó.
Bajo el mando de Ataúlfo, los visigodos abandonaron Italia para instalarse, según lo pactado, en las tierras que les habían sido asignadas en la Galia Narbonense. Las largas y complejas luchas de Ataúlfo para dominar el sur de la provincia le ocuparon varios años (411—414). En el 414 el rey visigodo, tras sellar una nueva alianza con Honorio y con el «Magister Militum» Constancio, volvió a actuar por su cuenta desposando a Gala Placidia, hermana del emperador. Gala había sido tomada como rehén por Alarico y el matrimonio no contó con la aprobación de Honorio. Constancio fue enviado a la zona y los godos cayeron derrotados en Narbona. Ésa fue la primera derrota severa que sufrían en mucho tiempo. Constancio logró así empujar a Ataúlfo hacia Hispania (lo que le permitía conservar el sur de la Galia), y los visigodos entraron en la Tarraconense el 415.
Ese mismo año Ataúlfo fue asesinado en Barcelona. Walia, su sucesor, trató de establecer a los suyos en África, pero una tempestad dio al traste con sus intenciones. Los visigodos, faltos de víveres, propusieron una nueva alianza con el emperador: en nombre del Imperio se encargarían de combatir a los suevos, alanos, vándalos, asdingos y silingos, que ocupaban casi todas las provincias de Hispania (excepto la Tarraconense), y entregar sana y salva a Gala Placidia; a cambio Honorio les enviaría suministros. Bajo estas condiciones, los visigodos expulsaron a los vándalos de la Bética y a los alanos de Lusitania. En vistas del éxito obtenido en Hispania, Honorio volvió a cambiar de planes y reinstaló a los visigodos en la Galia Narbonense en el 418. Los godos pasaron así a controlar un vasto territorio que se extendía desde el Loira hasta el Guadalquivir.

El reino visigodo de Toledo

En 418, en virtud de un nuevo pacto, los visigodos se asentaron en la provincia romana de Aquitania, en el sur de la Galia, y fundaron un reino con capital en Tolosa (la actual Toulouse). Acto seguido, intervienen como aliados del Imperio para someter a otras tribus en Hispania y en 453 participan en la derrota de los hunos en la decisiva batalla de los Campos Cataláunicos.
La cúspide del poder visigodo fue alcanzada durante el reinado de Eurico (466—484), quien completó la conquista de España, salvo la Gallaecia (en poder de los suevos hasta el 585, cuando la conquistó Leovigildo).
En 507, Alarico II fue derrotado en Vouillé por los francos de Clodoveo I, perdiendo todas sus posesiones al norte de los Pirineos excepto Septimania. Esta provincia, de vital importancia para el comercio de la época, se mantuvo hasta el final en poder del Reino visigodo de Hispania. Las ciudades de Narbona y Toledo constituyeron los polos de la política visigoda.
Los visigodos entraron en la península en 427 al mando de Teodorico I con el encargo de someter a otros pueblos germánicos a cambio de tierras. Arrinconaron a los suevos en Galicia, acabaron con los alanos y obligaron a los vándalos a trasladarse a África. Tras un periodo de dominación ostrogoda en el siglo VI, Amalarico recuperó la independencia del Reino visigodo estableciendo la capital en Narbona. Posteriormente Toledo llegaría a constituirse en la capital del Reino visigodo de España. Bajo el reinado de Atanagildo los bizantinos se instalaron en el Levante español, y no fueron expulsados definitivamente hasta el reinado de Suintila (625). Durante el reinado de Leovigildo se consolidó el Estado hispanovisigodo al que se incorporó el Reino de los suevos. Su sucesor Recaredo se convirtió al catolicismo e intentó unificar el país bajo un solo credo. Con Leovigildo se produjo la unificación territorial de la península Ibérica, permitiéndose los matrimonios entre visigodos e hispanorromanos. Con Recaredo se abandonó el arrianismo y el Reino se convirtió oficialmente al catolicismo. A pesar de ello, se inició el distanciamiento con Roma debido a que el papa apoyaba las pretensiones del emperador de Oriente sobre la Bética y otros territorios peninsulares, pues Bizancio se consideraba heredera natural del desaparecido Imperio Romano de Occidente. Con Recesvinto, se produjo la unidad legislativa bajo un único código de derecho: el «Liber Iudiciorum». A partir de entonces, se disolvieron las diferencias étnicas y religiosas entre visigodos e hispanorromanos, abandonándose varias costumbres godas de origen germánico. A finales del siglo VII el Reino visigodo entró en franca decadencia y las luchas internas por el poder entre los nobles y el clero, fueron continuas. Además, la crisis social y económica desencadenada por las guerras civiles, llevaron a los hispanovisigodos a una situación límite.



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