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jueves, 9 de agosto de 2018

La maldición del rey Midas


El rey Midas fue célebre en la antigüedad por su proverbial avaricia y por acumular enormes riquezas.
Un día llegó al palacio del monarca un caminante exhausto. Midas, encantado con las fabulosas narraciones del viajero acerca de los países lejanos que había visitado, lo agasajó durante varios días. Antes de partir, el misterioso peregrino le dijo al rey que era en realidad un poderoso mago y que quería agradecerle su hospitalidad. Así que le preguntó cómo quería que le recompensara. Midas respondió sin vacilar:
—Deseo que me otorgues el don de convertir en oro todo lo que toque.
El hechicero le concedió al rey su deseo y, a partir de ese momento, no sólo se convirtieron en oro las piedras, las flores y los muebles de su palacio, sino también los alimentos, el agua y el vino, de modo que no podía comer ni beber. Pronto Midas suplicó al mago que le liberara de su deseo, pues se estaba muriendo de hambre y de sed; en vista de ello, el brujo le dijo que para conjurar el encantamiento se lavara en el río que discurría cerca de su palacio.
El soberano obedeció, y quedó inmediatamente libre de la hechicería.
Midas siguió gobernando su reino y un día recibió una invitación del hechicero para que le asistiese en calidad de juez en un concurso musical. Los finalistas fueron un pastor y un hombre rico que sobornó a Midas para que le proclamase vencedor. Mas el hechicero se enteró del apaño y castigó al rey con un par de orejas de asno.
Durante mucho tiempo, Midas logró ocultar las enormes orejas bajo su corona real; pero un día sintió la necesidad de confesar su secreto y cavó un agujero en su jardín, y, después de haberse asegurado de que no había nadie en las cercanías, metió la cabeza en el hoyo y susurró:
—¡El rey Midas tiene orejas de asno!
Acto seguido, rellenó el agujero y se marchó muy satisfecho. Algún tiempo después, brotó un alcornoque que susurraba el secreto a todo el que pasaba por allí. Cuando Midas descubrió que su desgracia era ya del dominio público, se encerró en las bodegas de su palacio, sin más compañía que sus fabulosas riquezas, y así terminó sus días.


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