Ricardo
III de Inglaterra reinó brevemente, desde 1483 hasta su derrota y muerte en la
batalla de Bosworth el 22 de agosto de 1485 combatiendo a las tropas del
usurpador Enrique VII, lo que supuso el fin tanto de los Plantagenet como de la
guerra de las Dos Rosas y el advenimiento de los Tudor. Los restos mortales del
que fuera el último monarca de la Casa de York estuvieron más de cinco siglos
perdidos, hasta que unas excavaciones emprendidas en 2012 los identificaron en
la Iglesia de Greyfriars. El hallazgo se confirmó en el jardín de Robert
Herrick, donde se encontraba el monumento a Ricardo III levantado a principios
del siglo XVII. Se halló el esqueleto de un varón adulto enterrado bajo
el coro de la iglesia que, según los arqueólogos y forenses que participaron en
la excavación, podía ser el de Ricardo III. Las pruebas forenses determinaron
que padecía de escoliosis lumbar severa y de otras dolencias en la columna vertebral, motivo por el que uno de
sus hombros habría estado más alto que el otro. También se concluyó que el monarca padeció diversas heridas, todas ellas mortales de necesidad, en el
decurso de la batalla. Tenía lo que parecía ser una punta de flecha incrustada
en la columna vertebral y diversas lesiones perimortem en el cráneo. Éstas
incluían un orifico poco profundo, causado por una daga o estilete de los que
se utilizaban para rematar a los caídos, y una depresión craneal, infligida probablemente
por una espada o un mandoble. La base del cráneo también mostraba una cavidad
enorme al haberse introducido en ella un arma enastada, quizás una pica o alabarda,
seguramente para rematarle.
El
4 de febrero de 2013, la Universidad de Leicester confirmó que el esqueleto pertenecía
a Ricardo III. Esta conclusión se basó en pruebas de ADN mitocondrial, análisis
de tierra y pruebas dentales (le faltaban varias muelas a la mandíbula, a
causa de las caries), además de características físicas del esqueleto que son
extremadamente consistentes con relatos contemporáneos sobre la anatomía y apariencia del rey Ricardo III. Posteriormente, el equipo técnico declaró que la «punta de flecha» encontrada con el cuerpo,
era un clavo de la época tardorromana que ya estaba en la
tumba cuando se inhumó al monarca. Por las terribles heridas que mostraba el cráneo, el equipo concluyó que es muy poco
probable que Ricardo llevara puesto el yelmo en sus últimos momentos de vida. En la
tierra analizada de los restos del rey Ricardo III Plantagenet se hallaron varios
huevos microscópicos de ascáride en muestras tomadas de la pelvis, donde
habrían estado los intestinos, pero no se encontraron en las muestras tomadas
del cráneo y sólo había muy pocos en la tierra alrededor de la tumba. Los
hallazgos sugieren que la gran concentración de huevos en la zona pélvica
probablemente se produjo a causa de una infección que padecía. La sífilis causaba estragos en aquella época.
Como
no podía ser de otra manera, el hallazgo también ha levantado suspicacias por
parte de quienes opinan que el sorprendente descubrimiento supone una magnífica
plataforma publicitaria para la población de Leicester de algo más 332.000
habitantes, con una fisonomía urbana poco atractiva, aunque dotada de una
intensa vida cultural, y en cuya catedral serán enterrados los restos del último
monarca Plantagenet. En un esfuerzo por vencer las lógicas suspicacias, el jefe
del grupo de arqueólogos encargado de la investigación, Richard Buckley,
subrayó que los restos óseos encontrados bajo el altar han sido objeto de «un
estudio académico riguroso», lo que ha permitido determinar mediante
las pruebas de carbono realizadas, el período del que datan los restos –entre 1450 y 1540–,
y comparar sus características con los detalles conocidos sobre el físico del
monarca y, sobre todo, cotejar su ADN con el de un descendiente directo de los Plantagenet que reinaron en la Inglaterra medieval durante varios siglos.
En esta representación de la batalla de Bosworth, Ricardo sí lleva puesto el yelmo |
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