La guerra de los Ochenta Años, o guerra de Flandes, fue un
conflicto armado que enfrentó a las Diecisiete Provincias de los Países Bajos
contra su soberano; el rey Felipe II de España. La rebelión comenzó en 1568 en
tiempos de doña Margarita de Parma, gobernadora de los Países Bajos y finalizó
en 1648 con el reconocimiento de la independencia de las siete Provincias
Unidas, hoy conocidas como Países Bajos. Como pretexto, las relaciones de doña Margarita
con la nobleza holandesa protestante nunca fueron del todo fluidas, este hecho,
sumado a su inoperancia y a la distancia existente entre ambos países hizo que
se fueran alejando cada vez más de la política española en busca de sus
intereses económicos y políticos con un aire de independencia que comenzaba a
gestarse en el ambiente. Los países que hoy se conocen como Bélgica y
Luxemburgo formaban parte de las Diecisiete Provincias, pero permanecieron
leales a la Corona española. Los territorios bajo el dominio del Obispado de
Lieja no formaban parte de las Diecisiete Provincias, sino del Sacro Imperio
Romano Germánico.
El resultado de la guerra de los Ochenta Años fue la
independencia de los Países Bajos tras la Paz de Westfalia (1648); pero no está
tan claro que ésta fuera la causa de la guerra. Ésta fue el resultado final de
las discrepancias entre la Corona de España y la parte de los súbditos a los
que tenían que gobernar en estas provincias. La falta de tacto del duque de
Alba y su crueldad medieval —llegó a pasar a cuchillo a los habitantes de una
ciudad que se rindió bajo palabra de que se respetaría la vida de sus defensores—
condujo a que discrepancias que tenían su origen en el calvinismo y los
intereses de la nobleza holandesa derivaran en la guerra. Cuando ésta terminó,
se siguió reconociendo la soberanía nominal del rey de España, pero las
provincias serían gobernadas en la práctica por un estatúder o virrey neerlandés.
Las Provincias Unidas emergieron de la guerra como una potencia mundial gracias
a su poderosa flota y a su marina mercante, y experimentaron un importante auge
económico y cultural.
Para la Corona española, la independencia de las
Provincias Unidas representó una gran pérdida. El mantenimiento económico de la
guerra durante un período tan prolongado contribuyó en gran parte a provocar
las sucesivas bancarrotas de la Corona española a lo largo de los siglos XVI y
XVII, y el hundimiento de la economía española. Pero, ¿cuáles fueron las causas
que provocaron esta larga guerra?
El rey Carlos I de España, y emperador del Sacro Imperio
como Carlos V, era también soberano de los Países Bajos, Brabante, Flandes,
Holanda, Henao y Namur, Luxemburgo, Güeldres y Zutphen, que dictó la Pragmática
Sanción de 1549.
El emperador Carlos V nació en Gante en 1500 y se educó
en el condado de Flandes, del cual era titular, por lo que era visto por sus
súbditos neerlandeses como el monarca de su tierra. Sin embargo, Carlos V
abdicó en 1556 en su hijo Felipe II, el cual, educado en España y con intereses
siempre más en la línea de los intereses de Castilla, era visto como un monarca
extranjero. Esta impresión se puso de manifiesto el día de la abdicación de
Carlos V en Bruselas, donde en contraposición al emperador, flamenco,
cosmopolita y políglota, el nuevo rey era incapaz de dirigirse a sus súbditos
flamencos en su lengua. Hay que destacar que la misma reacción había provocado
Carlos tras su llegada a Castilla en 1516: no hablaba español y llegó rodeado
de cortesanos flamencos. Su comportamiento, y el desprecio a las Cortes y
fueros de Castilla desató la revuelta de los Comuneros, que fue violentamente
sofocada y ejecutados sus principales líderes tras la batalla de Villalar el 23
de abril de 1521. Carlos era hijo de Juana I de Castilla y de Felipe I el
Hermoso, y nieto por vía paterna de Maximiliano I de Habsburgo y María de
Borgoña —de quienes heredó el patrimonio borgoñón, los territorios austriacos y
el derecho al trono imperial alemán— y por vía materna de los Reyes Católicos,
de quienes heredó la Corona de Castilla, el reino de Navarra, las Indias
Occidentales, los reinos de Nápoles y Sicilia, y la Corona de Aragón.
La situación de Flandes, a un paso de Inglaterra y con frontera
con Francia y con el Sacro Imperio Romano Germánico —del que nominalmente
formaba parte Flandes—, tenía una gran importancia estratégica para la monarquía
española. Amenazaba a Inglaterra con una invasión, cerraba el cerco a Francia
junto con España y las posesiones italianas de los Habsburgo, y era la puerta
de entrada a Alemania desde el norte, sacudida por las guerras de religión. Ya
durante el reinado del emperador Carlos V, el calvinismo había hecho acto de
presencia en los Países Bajos, y había sido reprimido por éste, intentando
incluso implantar un tribunal de la Inquisición para luchar contra la herejía.
Esta política fue continuada por su hijo, Felipe II de España, que en 1565
promulgó los decretos tridentinos, causa de un gran malestar, ya que impedían
la libertad de culto a la que aspiraban los nobles y los calvinistas. Hay que
decir que, por esa misma época, tampoco los católicos disfrutaban de libertad
de culto en los territorios alemanes donde había triunfado el protestantismo,
y, mucho menos, en Inglaterra que, además, intentó imponerlo a sangre y fuego
en Irlanda y Escocia. Asimismo, la reorganización de los tres grandes obispados
existentes en los Países Bajos en diecisiete más pequeños, se encontró con la
oposición de la nobleza flamenca, puesto que los segundogénitos de las familias
nobles solían aspirar al cargo de obispo, y no tenía el mismo prestigio —ni
ingresos— una gran diócesis, que una de las diecisiete pequeñas diócesis
previstas.
Aparentemente, el énfasis puesto por el calvinismo en la
honestidad, la modestia, la frugalidad y el trabajo duro, encajaban muy bien
con la mentalidad de los industriosos holandeses embarcados ya en un incipiente
capitalismo mercantil desde la Baja Edad Media. Éste era uno de los más ricos
dominios de Felipe II —tres zonas económicas principales salen de la Edad Media:
Flandes, Norte de Italia y España, con sus ricas posesiones de ultramar. Al
parecer, la forma de hacer de los flamencos chocaba fuertemente con la
estructura económica de los reinos hispánicos y la férrea posición de dominio
que mantenía la nobleza castellana, sobre todo, en sus territorios. La economía
jugó un papel importante en el estallido de la rebelión en los Países Bajos. La
guerra entre Suecia y Dinamarca cerró el comercio y las importaciones de trigo
procedentes del mar Báltico, provocando una caída del comercio y de los
salarios, una carestía de alimentos y la subida del precio de éstos, lo que
facilitaba la tarea oportunista de los calvinistas al criticar la riqueza y opulencia
de la Iglesia católica cuando la población empezaba a sentir el hambre. Esta
situación alcanzó su cénit en agosto de 1566 con una brusca subida del precio
de los alimentos. Hay que hacer notar la coincidencia en el tiempo entre la
subida de los precios, y el estallido de los desórdenes iconoclastas ese mismo
mes, que provocaron el envío a los Países Bajos de Fernando Álvarez de Toledo, duque
de Alba.
Los iconoclastas, en cuyas enseñanzas, en parte, se
basaron los protestantes luteranos y calvinistas, fueron declarados herejes por
la Iglesia en el lejano siglo VIII, cuando el Islam se extendía peligrosamente
hacia Occidente, por negar el culto a las sagradas imágenes. Los iconoclastas
destruían las imágenes y perseguían y daban muerte a quienes las veneraban. El
culto a las imágenes fue otra de las concesiones del cristianismo romano al
paganismo: se mantuvo porque la gente sencilla, sobre todo, estaba acostumbrada
a orar a las imágenes de los antiguos dioses y lares.
La pérdida de los subsidios enviados por la Corona española
en 1568 para pagar al ejército, a manos del corsario y negrero inglés William
Hawkins, hermano del también pirata y esclavista John Hawkins, obligaron al duque
de Alba a recaudar impuestos para sufragar al ejército estacionado en Flandes. Esto
fue demasiado para los holandeses, obligados a mantener a un ejército
extranjero utilizado para reprimirles en época de recesión económica y en
contra de los usos y costumbres de su país. El 5 de abril de 1566, la nobleza flamenca
presenta a Margarita de Parma, gobernadora de los Países Bajos y hermana de
Felipe II de España, el Compromiso de Breda, una reclamación formal en la que
solicita la abolición de la Inquisición y el respeto a la libertad religiosa.
Posteriormente, el 15 de agosto, día de la Asunción, un incidente deriva en
disturbios provocados por los calvinistas, en los que asaltan las iglesias católicas
para destruir las imágenes de santos que ellos consideran heréticas. Ante la
clara rebeldía de parte de la población y la nobleza, Felipe II decide enviar a
Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, tercer duque de Alba, al frente de un poderoso
ejército para reprimir a los rebeldes, como primera medida de un plan de
pacificación, que prevé el viaje de Felipe II a sus provincias y dominios
flamencos. Durante el año que tarda el duque de Alba en llegar a los Países
Bajos, la princesa Margarita ha conseguido hacerse con el control de la
situación dominando la insurrección e informado a su hermano, por lo que la
llegada del duque de Alba al frente de un ejército provoca su dimisión en
desacuerdo con la política del rey. El duque arriba a Bruselas el 28 de agosto
de 1567, y el 5 de septiembre crea el Tribunal de los Tumultos, conocido por
los neerlandeses como el «tribunal de la sangre», que condenará a muerte a
centenares de flamencos y confiscará sus propiedades. El 8 de septiembre el
duque de Alba cita a los nobles neerlandeses con la excusa de informarles sobre
las órdenes del rey. Es una trampa en la que se detiene a los condes de Egmont
y Horn, dos de los cabecillas flamencos que habían prestado importantes
servicios al rey, y que serían decapitados en la Gran Plaza de Bruselas el 5 de
junio del año siguiente (1568). El príncipe Guillermo de Orange, otro de los
principales nobles flamencos, y muy apreciado por el padre de Felipe II, se
había refugiado en las propiedades de su familia materna en Alemania. Desde
allí financia a los denominados «mendigos del mar» y alza un ejército de
mercenarios alemanes de su propio bolsillo y lo pone al mando de sus hermanos
para hacerle la guerra a la católica España. Varios años antes ya se habían producido
algunos conflictos que empeoraron la situación. El inicio «formal» de las
operaciones bélicas se dio en la batalla de Heiligerlee el 23 de mayo de 1568,
con la victoria de las tropas de Luis de Nassau, hermano de Guillermo de
Orange, sobre las fuerzas flamencas leales a la Corona, que intentaban evitar
la confrontación, muriendo el estatúder Juan de Ligne. Las tropas de Luis
serían estrepitosamente derrotadas por los Tercios mandados por el duque de
Alba en la batalla de Jemmingen.
El 21 de julio de 1568 las tropas del duque de Alba
infligían una aplastante derrota a los nobles holandeses en la batalla de
Jemmingen. El duque había sido enviado para castigar a los responsables de la
«furia iconoclasta», que en el verano de 1566 había sembrado el terror mediante
el saqueo de iglesias, destrozos de imágenes, asesinatos de católicos y robos
de objetos de culto. Gobernaba por entonces Flandes la hermanastra de Felipe
II, Margarita de Parma, que tras sofocar la revuelta fue partidaria de hacer
concesiones a los calvinistas, tal y como le habían pedido los nobles
flamencos, cada vez más molestos con el rey español, y por tanto, más cerca de
los rebeldes. Felipe II sopesó el asunto con sus consejeros y al final se
impuso la postura del duque de Alba: había que reprimir a los sublevados que,
además de rebeldes, eran herejes. Al monarca le pesó el ejemplo de Francia,
donde la permisividad y la tolerancia habían desatado un problema mayor.
Partió el duque de Alba rumbo a Milán, donde reunió a los
Tercios y se encaminó a Flandes al mando de 9.000 hombres. Una vez en Bruselas,
el duque creó el Tribunal de Tumultos para perseguir la herejía y castigar a
los rebeldes. Viendo el cariz de las represalias, Guillermo de Orange se retiró
a Alemania, no así los condes de Egmont y Hornes, detenidos y más tarde
ejecutados por el duque de Alba. Pronto se organizó la resistencia contra el
dominio español. El príncipe de Orange logró reunir un ejército que al mando de
su hermano Luis de Nassau derrotó al duque en Heiligerlee. No fue más que un
aviso para los Tercios. Apenas dos meses después el duque logró acorralar a
Nassau en la desembocadura del río Ems y le infligió una severa derrota en la
batalla de Jemmingen. Álvarez de Toledo demostró una superioridad militar
aplastante y supo desbaratar la pueril resistencia de los holandeses como si se
tratase de un entrenamiento. El ejército rebelde quedó aniquilado, mientras que
las tropas españolas sufrieron unas pocas decenas de bajas en una proporción
que se acercaba a un muerto español por cada millar enemigo.
Esta humillante derrota obligó a Guillermo de Orange a
refugiarse de nuevo en Alemania. Con Guillermo fuera de Holanda y con los principales
cabecillas decapitados, parecía que el duque de Alba había terminado con la
rebelión y urgió al rey a poner en práctica la segunda parte del plan; su viaje
a Flandes. Felipe II no pudo, o no quiso, viajar a Flandes, dejando al duque de
Alba solo en su papel de pacificador de la provincia. La falta de dinero para
pagar a las tropas llevó al duque a imponer un impuesto (alcabala) del diez por
ciento sobre todas las compraventas, medida que fue vista como un castigo
colectivo, y que volvió a poner en su contra a la población.
En 1572 el duque de Alba tuvo que hacer frente a varios
intentos de invasión. Los mendigos del mar capturan en abril la ciudad
portuaria de Brielle y desde allí los puertos de Flesinga y Enkhuizen, cerrando
la salida al mar de las ciudades de Brabante y Holanda, las provincias más
ricas de los Países Bajos, con el fin de acabar con su comercio. El éxito de
los mendigos del mar fue la mecha que volvió a encender la rebelión en la
región. Las ciudades de las provincias de Holanda, Zelanda, Frisia, Güeldres y
Utrecht reclamaban la presencia de Guillermo, que volvió por el norte al frente
de un ejército, y su hermano Luis atacó desde el sur al mando de otro. El duque
de Alba reaccionó en el sur venciendo a las tropas de los rebeldes que sitiaban
Mons, mientras en el norte su hijo don Fadrique asaltaba y saqueaba las
ciudades de Malinas, Zutphen y Naarden. Tras el asedio de Haarlem, que finalizó
el 11 de julio de 1573, sus habitantes pagaron 250.000 florines para escapar
del saqueo. Posteriormente el duque ordenó poner sitio a la ciudad de Alkmaar,
cuyos habitantes decidieron romper los diques que protegían sus campos del mar,
provocando la ruina de la ciudad, pero obligando al duque de Alba a levantar el
sitio. Entre tanto, Felipe II había decidido sustituir al duque de Alba como
gobernador para intentar una solución negociada al conflicto.
Luis de Requesens y Zúñiga fue militar, marino y
diplomático, gobernador del estado de Milán y fue nombrado gobernador de los Países
Bajos en 1573 con el propósito de buscar una salida negociada al conflicto con
los sectores más moderados de los rebeldes. Suprimió el Tribunal de los
Tumultos e inició conversaciones con los rebeldes en Breda sin ningún
resultado, ya que Felipe II pretendía la vuelta a la situación anterior al
estallido de la rebelión sin aceptar ningún tipo de libertad religiosa ni
autonomía política en sus dominios, algo inaceptable para los rebeldes, como
demostraba la resistencia de las ciudades de Alkmaar y Leiden. Paralelamente,
la falta de recursos económicos, hacía inviable la victoria militar pese a los
éxitos conseguidos en los campos de batalla, como la victoria española en Mook,
donde perdieron la vida dos hermanos de Guillermo de Orange. La falta de pagas
indujo a los Tercios a amotinarse, impidiendo que después de esta batalla, tras
la cual no quedaba ningún ejército rebelde que pudiera oponerse a las tropas
reales, Luis de Requesens pudiera aprovecharse de ello para ocupar el
territorio rebelde. La muerte de Luis de Requesens el 5 de mayo de 1576 fue
aprovechada por Guillermo de Orange para que las provincias de Holanda y
Zelanda formasen un Estado federal del que fue nombrado estatúder.
A la muerte de Luis Requesens, Felipe II nombró a su
hermanastro don Juan de Austria gobernador de los Países Bajos con el mismo
objetivo de negociar un acuerdo. A su llegada, en noviembre de 1576, se produjo
el famoso saqueo de Amberes por las tropas españolas amotinadas (4 y 5 de
noviembre). Este hecho puso a todas las provincias en contra de la Corona e
hizo que se comprometieran, mediante la firma de la denominada Pacificación de
Gante (8 de noviembre de 1576), a luchar unidas para expulsar a los españoles. A
principios de 1577, Juan de Austria comienza a negociar con los Estados
Generales, los cuales, a pesar de todo, se mostraban profundamente divididos y
reclamaban que la Corona negociase con Guillermo de Orange y que las tropas
españolas, especialmente los Tercios Viejos, abandonasen el territorio. Don Juan
de Austria, por su parte, reclamaba su reconocimiento como gobernador de los
Países Bajos y la restauración del catolicismo como religión oficial. Aceptadas
las condiciones por ambas partes, don Juan pudo entrar en Bruselas y firmó el
12 de febrero de 1577 el Edicto Perpetuo por el que se comprometía a retirar
los Tercios Viejos de los Países Bajos en un plazo de veinte días, eliminaba la
Inquisición y reconocía las libertades flamencas a cambio del reconocimiento de
la soberanía de la Corona española y la restauración de la fe católica en el
país. Guillermo de Orange entró en Bruselas formando parte del séquito de don
Juan de Austria.
Sin embargo, aunque los Tercios Viejos se retiraron a
Italia, la situación se deterioró rápidamente. A pesar de que se tomaron
medidas que aseguraban la tolerancia religiosa, se incrementaba la autonomía
política y se reconocía a Guillermo de Orange como gobernador (estatúder) de
Holanda y Zelanda, al tiempo que los Estados Generales reconocían a don Juan
como gobernador, las provincias rebeldes proseguían en su empeño de alejarse de
la monarquía española. Las provincias protestantes, Holanda y Zelanda, no
aceptaron el retorno del catolicismo. Los calvinistas ofrecieron la soberanía
de los Países Bajos a Francisco de Valois, en tanto que Brabante aceptaba a Guillermo
de Orange como estatúder, haciendo éste su entrada en Bruselas. Por otro lado,
las provincias católicas ofrecieron la soberanía de los Países Bajos al
archiduque Matías de Habsburgo, hermano del emperador Rodolfo. Los Estados
Generales le nombraron gobernador en julio de 1577.
Habiendo roto la tregua los rebeldes protestantes, don
Juan se atrincheró en Namur, al tiempo que llamaba de regreso a los Tercios, que
llegaron a finales de 1577 al mando de don Alejandro Farnesio, tercer duque de
Parma. Los rebeldes se vieron forzados a evacuar Bruselas y Amberes. A
principios de año, las tropas españolas se enfrentaron al nuevo ejército
rebelde en la batalla de Gembloux, destruyéndolo completamente. Don Juan de
Austria murió en Namur al contraer el tifus en octubre de 1578, nombrando como
gobernador de los Países Bajos a don Alejandro Farnesio, decisión más tarde
confirmada por el rey Felipe II.
Con la mayor parte de los Países Bajos en manos de los
rebeldes, los calvinistas se lanzaron en persecución de los católicos,
asesinando a religiosos y encarcelando a los católicos leales al rey de España.
La independencia de los Países Bajos se identificaba cada vez más con el
calvinismo, lo cual fue aprovechado por don Alejandro Farnesio para que las
provincias católicas del sur se reconciliaran con el rey para contar con su
protección contra la intolerancia y el fanatismo homicida que mostraban los
protestantes. El 5 de enero de 1579, don Alejandro Farnesio firmaba con las
provincias de Hainaut, Douai y Artois la Unión de Arras (23 de enero) por la
que reconocían la autoridad del rey de España. En respuesta, las provincias
rebeldes de Holanda, Zelanda, Utrecht, Güeldres y Zutphen firmaban la Unión de
Utrecht por la que rechazaban cualquier intromisión extranjera en sus asuntos,
y creaban el Estado de las Provincias Unidas de los Países Bajos, también
llamada República de los Siete Países Bajos Unidos (Frisia, Groninga, Güeldres,
Holanda, Overijssel, Utrecht y Zelanda). La Unión de Arras, a la que se sumaron
Brabante y las restantes provincias del sur, reconoció la soberanía del rey de
España sobre su territorio y declaró su confesión católica el 17 de mayo de
1579.
El 15 de marzo de 1581, Felipe II declaraba fuera de la
ley a Guillermo de Orange y ponía precio a su cabeza. Éste, libre ya de toda
atadura, abjuró públicamente de su obediencia al rey y consiguió que los
Estados Generales reunidos en La Haya hiciesen lo mismo el 26 de julio de 1581,
declarando destituido a su soberano. Mediante el acuerdo alcanzado, las provincias
rebeldes proclamaban formalmente su independencia y nombraban gobernador a
Francisco de Anjou, duque de Alenzón y heredero del trono de Francia. Sin
embargo, el duque no era bien visto por una parte de los rebeldes y aunque
éste, con ayuda de tropas francesas, intentó tomar Amberes, fue rechazado.
Negociaciones posteriores mantenidas en la ciudad de Colonia entre los
católicos y protestantes no obtuvieron resultado alguno.
Mientras tanto, don Alejandro Farnesio proseguía con la
recuperación de las provincias rebeldes. Se apoderó de las ciudades de Tournai,
concluyó el asedio de Mastrique (Maastricht) en julio de 1579, y en 1583
reconquistaba los puertos más importantes de la costa flamenca, Dunkerque y
Nieuwpoort. En 1584 se centra en las ciudades del interior, ocupa Brujas y
Gante, y coincidiendo con la muerte del duque de Anjou y el asesinato de
Guillermo de Orange, en julio de 1584, pone sitio a la ciudad de Amberes. Este
asedio, que mantuvo en vilo a toda Europa a la espera del vencedor, representó un
derroche de medios e ingenio por ambas partes durante los trece meses que
fueron necesarios para forzar la rendición de la que probablemente era la
ciudad más rica y populosa de Europa, y cuya conquista representaba la
determinación de la Corona española en recuperar los territorios perdidos y en
el mantenimiento de la Iglesia católica.
La ininterrumpida y espectacular serie de éxitos
militares del duque de Parma en los Países Bajos, y la coincidencia de la
muerte del duque de Anjou junto con la de Guillermo de Orange, hizo pensar a
Inglaterra que la rebelión, falta de líderes y de ayuda, estaba a punto de ser
derrotada. Al mismo tiempo, con la formalización de una alianza entre el líder
del partido católico francés —Francisco, duque de Guisa— y la Corona española
para evitar la subida al trono francés del protestante Enrique de Navarra, y
apoyar a los católicos en caso de una guerra civil, Felipe II de España obtenía
la seguridad de que no sería atacado por Francia y que ésta no se inmiscuiría
en los asuntos de los Países Bajos. El rey francés, Enrique III, tras llegar, a
su vez, a un acuerdo con el duque de Guisa, rechazó asumir el papel del duque
de Anjou como soberano de los Países Bajos y retiró la ayuda que les prestaba
solapadamente a los protestantes flamencos.
Los éxitos españoles, tanto militares como diplomáticos,
junto a la unión con Portugal en 1580, hicieron aumentar considerablemente la
sensación de aislamiento de Inglaterra. Después de tener noticia de los
acuerdos de Felipe II con el duque de Guisa (en diciembre de 1584) y de la
caída de Amberes en manos de don Alejandro Farnesio (julio de 1585), Isabel I
de Inglaterra decidió intervenir directamente en favor de la rebelión protestante
con el objetivo de desgastar a España. Isabel I proporcionó a los rebeldes
holandeses 6.000 soldados de su ejército, al mando del conde de Leicester,
quien, en contra de la voluntad de la reina, aceptó el nombramiento de
gobernador y se comprometió a sufragar una cuarta parte de los gastos militares
de las provincias rebeldes. Aunque el cuerpo expedicionario inglés fue
totalmente derrotado por los españoles, la ayuda prestada por Isabel I a los
rebeldes holandeses y a la piratería, así como la destrucción y el saqueo de
ciudades costeras, fueron los motivos que decidieron el intento de invasión de
Inglaterra con la Armada Invencible.
Durante 1586 y 1587, el duque de Parma dirigió sus
esfuerzos a organizar el ejército y a los preparativos necesarios para embarcar
al ejército de Flandes en los buques de la Armada que debían recogerlos en el
canal de la Mancha, tomando las ciudades de Ostende y Sluis. Tras el fracaso de
la Armada, España intervino en Francia en 1589 en apoyo de la Liga Católica.
Esta intervención en las guerras de Religión de Francia, hasta el año 1598,
fecha de la promulgación del Edicto de Nantes, mantuvo ocupado en Francia a
gran parte del ejército español de Flandes, lo que obligó a seguir una
estrategia defensiva en los Países Bajos. La Corona española tenía demasiados
frentes de guerra abiertos. Por su parte, los Estados Generales de las
provincias del Norte decidieron no nombrar ningún nuevo gobernador y asumir
ellos mismos la soberanía, creando así la República de las Provincias Unidas.
A partir de 1590, tras la marcha del duque de Parma a
Francia —donde morirá en 1592—, los rebeldes holandeses, liberados de la
presión a la que les sometía el duque, pudieron tomar la iniciativa. Por otro
lado, la crónica falta de dinero de la monarquía española provocó un período de
continuos motines entre los años 1589 y 1607, que limitaron la capacidad de los
Tercios. En 1590 los holandeses conquistaban Breda por sorpresa. Entre 1591 y
1592 consiguieron ocupar gran parte de las provincias de Güeldres y Overijssel,
situadas al norte de los ríos Rin y Mosa, y en julio de 1594 completaban la
conquista de la provincia de Groninga en el norte, con lo que se creaba un
frente más corto, desde Sluis, en el mar, hasta el ducado de Cléveris, al este
de Nimega.
En 1595 Felipe II nombró gobernador de los Países Bajos
al archiduque don Alberto de Austria, el esposo de su hija doña Isabel Clara
Eugenia, los cuales se convirtieron, a la muerte del rey en 1598, en soberanos
de los Países Bajos, al heredar aquella la Corona. La defensa y la política
exterior del país quedaron de todas formas en manos de la Corona española. Tras
la muerte de Guillermo de Orange, el mando del ejército de las provincias
rebeldes pasó a su hijo Mauricio de Nassau–Orange, que lo reformó, haciendo de
él un peligroso oponente al ejército español de Flandes, como se demostró en la
batalla de Nieuwpoort, donde por primera vez las tropas holandesas vencieron a
la españolas en campo abierto.
La estabilización de la frontera cambió la forma de hacer
la guerra practicada en Flandes. De una continua e intensiva serie de
escaramuzas, golpes de mano, asaltos, tomas de pueblos y ciudades, salpicados
con alguna batalla a lo largo de una frontera irregular, se pasó a un pulso
anual de resistencia en que cada ejército sitiaba una o varias ciudades
enemigas, que usualmente contaban con modernas fortificaciones, durante largos
asedios en los que era necesario emplear a todo un ejército para finalmente
rendir por hambre a la ciudad. El intento de la parte contraria por levantar el
sitio de una ciudad asediada, enviando a un ejército en su ayuda, llevó a un
aumento de las batallas en campo abierto. A partir de la década de los noventa
y hasta el final de la guerra, la mayor parte de los enfrentamientos entre
españoles y holandeses se dieron por el control de las ciudades ribereñas de
los ríos Ijssel, Mosa y Waal, donde muchas de las ciudades cambiaron de mano
más de una vez. Para evitar los intentos del ejército español de Flandes de
invadir el territorio y tomar las ciudades rebeldes, los holandeses
construyeron un muro defensivo a lo largo de la orilla de los ríos Ijssel y
Mosa que enlazaba con las fortificaciones de las ciudades y que consiguió
evitar el intento de invasión realizado por los españoles en 1606. Tras la
derrota en Francia de la Liga Católica y de sus aliados españoles, el nuevo rey
de Francia, Enrique IV, conseguirá extender su influencia al sur de Alemania,
Suiza y el norte de Italia hasta que en 1601 cae en su poder todo el Camino
Español, cortando las comunicaciones por tierra entre la Lombardía y Flandes.
La muerte de la reina Isabel I en 1603 abre el camino
para una paz con Inglaterra que acabe con la ayuda que prestaban los ingleses a
los holandeses. El 29 de septiembre de 1603 se entrega a don Ambrosio Spínola
el mando de las tropas que llevaban dos años sitiando la ciudad de Ostende con
la promesa de reconquistarla en el plazo de un año; promesa que cumple el 22 de
septiembre de 1604. Gracias a su victoria fue nombrado maestre de campo general
y el año siguiente superintendente de Hacienda, con lo que se hacía con todo el
mando y los ingresos del ejército.
Ya desde 1600, el nuevo rey Felipe III quería una tregua
en los Países Bajos que los holandeses rechazaban, ya que su situación era
mucho mejor que en épocas anteriores, pero la toma de Ostende dejó libre al
ejército para iniciar de nuevo la ofensiva. Durante 1605 y 1606 el ejército de
Flandes flanqueó la barrera defensiva construida por los holandeses y consiguió
tomar las ciudades de Oldenzaal, Lingen, Wachtendonk, el castillo de Cracau,
Lochem, Gróenlo, Bredevoort, Rheinberg y derrotar a Federico y a su hermano
Mauricio de Nassau en la batalla de Mülheim. Pero pese a estas victorias no
puede penetrar profundamente en el territorio rebelde. La falta de pagas para
los soldados provocó que se produjeran los mayores motines de tropas ocurridos
hasta entonces y que hicieran inviable continuar con la campaña. El 14 de
diciembre, el Consejo de Estado aconseja al rey abandonar Flandes.
Inesperadamente los holandeses hicieron una oferta de cese de hostilidades y la
lucha finalizó el 24 de abril de 1607. Las negociaciones continuaron hasta el 9
de abril de 1609 en que se firma la Tregua de los Doce Años.
En 1622, un ataque español sobre la plaza de Bergen op
Zoom fue repelido. En 1625, Mauricio moría mientras España ponía sitio a la
ciudad de Breda. Su medio hermano Federico Enrique de Orange–Nassau tomó el
mando del ejército, pero finalmente el comandante genovés al servicio de España,
Ambrosio Spínola, tuvo éxito y ocupó Breda, episodio inmortalizado por
Velázquez en su famoso cuadro Las Lanzas. Sin embargo, y a pesar de esta gran
victoria, la partida se fue inclinando del lado holandés. Federico Enrique
conquistó en 1629 la plaza de Balduque (en el norte de Brabante), considerada
inexpugnable. Esta pérdida constituyó un serio revés para España. Tres años
después, en 1632, Federico Enrique capturó Venlo, Roermond y Mastrique durante
la famosa Marcha del Mosa. No obstante, los posteriores intentos de atacar
Amberes y Bruselas fracasaron. Los holandeses se vieron decepcionados por la
falta de apoyo de la población flamenca debido fundamentalmente a las
diferencias religiosas: mientras que los holandeses eran calvinistas, los
flamencos eran católicos.
La guerra en ultramar
Las posesiones de los Estados contendientes ya no se
circunscribían a Europa, por lo que además la guerra se extendió a las colonias
de éstos. En el caso español, la unión dinástica con Portugal había puesto bajo
la soberanía de los Habsburgo españoles el imperio colonial portugués. Así, se
dieron enfrentamientos en las Indias Orientales (en Macao, en Ceilán, en
Formosa y en las Filipinas) y en las Indias Occidentales, sobre todo en Brasil.
La mayor parte de estos conflictos se denominaría guerra luso–holandesa. En las
colonias occidentales, la mayor parte de los problemas se originaron con las
actividades de corsarios holandeses, que actuaban en las rutas mercantiles del
mar Caribe. En este frente de la guerra el acontecimiento más destacable fue la
captura de 16 barcos de la Flota de Indias por parte del corsario holandés Piet
Hein en 1628 en la batalla de la bahía de Matanzas, logrando un gran botín, el
mayor que perdió la Flota de Indias.
Todos los bandos en la guerra llegaron a la conclusión de
que España nunca conseguiría restaurar su poder sobre los territorios al norte
del delta del Mosa y del Rin, y que las Provincias Unidas septentrionales nunca
lograrían conquistar las provincias del sur. En 1639 una escuadra española
llegó a Flandes con 14.000 soldados para contribuir a las operaciones en el norte.
Sin embargo, la Armada fue derrotada en la batalla naval de las Dunas al
atracar en el teórico territorio amigo inglés. Los ingleses traicionaron a los
españoles, rompiendo el Tratado de paz de 1605. Esta victoria no solo tuvo
consecuencias en la guerra de Flandes, sino que marcó también el fin de España
como la potencia marítima dominante en el mundo. En 1643 Felipe IV dio
instrucciones al secretario don Francisco de Galarreta para iniciar
conversaciones de paz con los holandeses que condujeran a la Paz definitiva.
El 30 de enero de 1648 la guerra en los Países Bajos
terminó con el Tratado de Münster. Este tratado, firmado entre España y las
Provincias Unidas, era solo una parte de la Paz de Westfalia, que puso fin a la
guerra de los Treinta Años. La República de las Provincias Unidas fue
reconocida como estado independiente y conservó muchos de los territorios que
había conquistado durante los últimos compases de la guerra.
La batalla naval de las Dunas
Esta decisiva batalla naval tuvo lugar el 21 de octubre
de 1639 en la rada de las Dunas —o de los Bajíos, the Downs en inglés—, cerca
de la costa del condado de Kent, en Inglaterra, fue un enfrentamiento entre la
Armada española y una escuadra holandesa.
En 1639 se formó en Cádiz una flota de 23 barcos y 1.679
hombres de mar para operar contra Francia y Holanda al mando de don Antonio de
Oquendo. Zarpó hacia Flandes y se unió en La Coruña a la escuadra de
Dunquerque. Acompañaban a la armada doce buques ingleses que transportaban
tropas y dinero a Flandes para pagar a los veteranos de los Tercios que
llevaban allí bastante tiempo combatiendo. A finales de agosto, llegaron a La
Coruña los navíos de don Antonio de Oquendo, fondeando fuera del puerto para
permitir la salida del resto de la flota. Se reunieron así las escuadras de don
Antonio de Oquendo, de don Martín Ladrón de Guevara, de Nápoles, con el general
don Pedro Vélez de Medrano y el almirante don Esteban de Oliste. La de don Jerónimo
Masibriadi, con la del almirante don Mateo Esfrondati procedente de Cádiz.
Estaban formadas por el sistema mixto de contrata y embargo, llevando barcos de
Ragusa, Nápoles, Dinamarca y Alemania, siendo un total de veintidós barcos,
entre los que había pocos buques españoles. En La Coruña se unieron las
escuadras de: don Lope de Hoces, con don Tomás de Echaburu de almirante. La
flota de Galicia, con el general don Andrés de Castro y el almirante don Francisco
Feijoo. La de Dunquerque con el general don Miguel de Horna y el almirante don Matías
Rombau. Éstas eran naves de asiento y embargadas, y provenían de Vizcaya, de la
Hermandad de las Cuatro Villas, de Galicia, Portugal y Flandes. Se supone que
eran 29. Además, les acompañan 12 navíos ingleses fletados como transporte de
tropas. Entre todas llevaban, según las versiones extranjeras, veintisiete mil
hombres. Algunas versiones españolas los reducen a seis mil. En realidad
debieron ser unos catorce mil, de los que ocho mil serían hombres de mar y
guerra, y el resto infantería. Para el conde–duque de Olivares, los buques y
dotaciones estaban en un estado excelente de preparación y adiestramiento, y no
había salido armada como ésta desde la jornada de Inglaterra. Para el almirante
Feijoo, de la escuadra de Galicia, estaban faltos de todo, la gente era
forzada, no había bastantes artilleros y tenían poca experiencia.
El 31 de agosto se hacen a la mar, dejando a los
transportes ingleses navegar libremente, lo que fue un error, ya que los
holandeses apresaron al menos a tres, con mil setenta infantes. La vanguardia
la formaba la escuadra de Dunquerque, como expertos en aguas del mar del Norte.
En el canal de la Mancha les esperaba el almirante holandés Martín Harpertz
Tromp, con unas cuantas naves. Se avistaron las escuadras el 15 de septiembre
al anochecer y, al amanecer del 16, Oquendo intentó abordar a la nao capitana
holandesa, no consiguiéndolo y recibiendo a cambio numerosos cañonazos, que
dejaron su nave casi desaparejada y con cuarenta y tres muertos y otros tantos
heridos. A lo largo del día, se entablaron escaramuzas, con el único resultado
de la voladura de una nave holandesa. El combate continuó el día 17, entre reyertas
esporádicas con duelo artillero, sin permitir los holandeses que los españoles
se acercasen a tiro de arcabuz. La dotación de los buques españoles incluía a
infantes adiestrados en el abordaje, de ahí el interés de los holandeses en
evitar el combate cuerpo a cuerpo. El día 18 se le unen a Tromp dieciséis
naves, pero se mantuvo la misma táctica. Cayeron en el combate los almirantes
Guadalupe y Ulajani, estando a punto de ser apresado el galeón de éste.
En estos tres días de combate, los contendientes agotaron
toda la pólvora y municiones. Tromp entró en Calais, donde el gobernador le
facilitó quinientas toneladas de pólvora, reparó sus buques, pudo desembarcar a
los heridos y, en veinte horas, estar de nuevo en el mar listo para el combate.
Oquendo podría haber hecho lo mismo en los puertos amigos de Mardique —hoy Fort–Mardyck,
diez kilómetros al oeste de Dunquerque—, pero, dudando del calado de Mardique,
donde pensaba que no podían entrar sus grandes galeones, dada la proximidad de
la rada de las Dunas en la costa del condado de Kent, en Inglaterra, y
considerando que los ingleses eran neutrales, decidió refugiarse allí, para
intentar aprovisionarse y reparar sus barcos. A los ingleses les disgustó la
decisión española de recalar en su puerto, y el enfado se agravó por no haber
saludado Oquendo a la bandera inglesa del almirante Pennigton, cuyo buque se
encontraba fondeado en la rada. Ante el enfado inglés, y dada su precaria
situación, Oquendo cedió. Los ingleses facilitaron el fondeadero interior a los
españoles y se colocaron entre la armada española y la flota holandesa.
Oquendo intentó conseguir pertrechos de guerra,
informando de su presencia al embajador de España en Londres y al gobernador de
los Países Bajos, consiguiendo así refuerzos de marineros y soldados desde
Dunquerque. Organizó transportes en buques ligeros para llevar a Flandes el
dinero y los soldados que transportaba con ese destino. El 27 de septiembre,
aprovechando una espesa niebla, organizó un convoy con trece pataches y
fragatas que acompañaron a cincuenta y seis embarcaciones costeras —la mayoría pesqueros
venidos de Dunquerque—, que llegó sin novedad a Flandes, pese a estar Tromp
bloqueando la salida de la rada.
Éste mantuvo una escuadra fondeada en la salida de la
rada y otra navegando por el Canal. Disponía de entre ciento catorce y ciento
veinte naves, entre ellas diecisiete brulotes. El 20 de octubre, Oquendo
llevaba un mes fondeado en la rada de las Dunas, cuando llegó el primer
suministro de pólvora. Resultó escaso y lo repartió entre los galeones mejor
artillados. Tromp tuvo noticias de ello y decidió atacar antes de que los
españoles se hubiesen rearmado completamente, por lo que expone al almirante
inglés que ha sido atacado por los españoles y que, por lo tanto, procede a
atacarles. Lanza sus brulotes sobre la escuadra fondeada, pero los españoles
pican amarras y se hacen a la mar. Entre la confusión producida por los
brulotes y una espesa neblina, solo consiguen salir de la rada veintiún buques
para enfrentarse a más de cien holandeses. Los demás varan en los bancos de
arena y la costa de los Bajíos. Tromp lanzó tres brulotes contra la nao
capitana de Oquendo. Éste consiguió desembarazarse de los tres, pero uno de
ellos se enganchó en la proa del galeón Santa Teresa, de Lope de Hoces, que le
seguía y que se perdió envuelto en llamas. La batalla se entabló con los
galeones españoles luchando de forma aislada contra fuerzas cinco veces
superiores. Al anochecer, aprovechando la oscuridad, algunos navíos españoles
consiguieron burlar a sus atacantes y, los que pudieron, se dirigieron a
Mardique, a donde llegaron las naves de Oquendo, de Masibriadi y siete buques
más de la escuadra de Dunquerque. Del resto de los barcos, nueve se rindieron;
estaban en tan mal estado que tres se hundieron cuando eran llevados a puerto
holandés. Los demás embarrancaron en las costas francesas o flamencas para no
entregarse al enemigo. De los que habían varado en los Bajíos, nueve
consiguieron llegar a Dunquerque. Las pérdidas españolas fueron estimadas por
los holandeses en cuarenta y tres buques y seis mil hombres, y las holandesas
estimadas por los españoles en diez buques y unos mil hombres.
Dicen que Oquendo, que estaba gravemente enfermo, dijo al
llegar a Mardique: «Ya no me queda más que morir, pues he traído a puerto con
reputación la nave y el estandarte». Hubo quien, desde España, vio la acción de
Oquendo como una gran hazaña, puesto que había conseguido llevar los refuerzos
y los dineros al ejército de Flandes y salvó la nao capitana y el estandarte
real ante fuerzas abrumadoramente superiores.
Oficial español de los Tercios de Flandes con armadura completa |
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