Ocurría frecuentemente
que las brujas se transformaban en animales. Leyendas, rondallas y tradiciones
europeas están llenas de semejantes casos. He aquí, por ejemplo, la del gato
negro:
«Un matrimonio joven
vive con la madre de él. La nuera y la suegra no congenian. Cansado el esposo
de los malos tratos que su propia madre ejerce sobre su esposa, deciden
separarse. Ahora el joven matrimonio vive en una casa y la suegra en otra. A
los escándalos de antes sucede una paz llena de ventura. El marido trabaja de sol
a sol. Regresa del campo muy fatigado, cena y se acuesta sin perder tiempo. La
esposa queda hilando junto al fuego. Son unas horas hermosas, repletas de
dulces e íntimos pensamientos.
Pero, ¿qué hace ahí
ese enorme gato negro? ¿De dónde ha venido? ¿Por qué mira con tanta fijeza? La
mujer se siente desagradablemente sorprendida. El extraño huésped llega cada
noche puntualmente. Ella se lo dice a su esposo y acuerdan que él se disfrazará de
mujer y se quedará hilando frente a las llamas del hogar.
Así lo hacen. El gato
negro comparece a la hora de siempre. Observa atentamente al hombre disfrazado
con las ropas de su esposa y exclama:
—¿Eres hombre y estás
hilando?
El hombre no se
desconcierta.
—¿Y tú eres el gato… y
hablas?
Le arroja una sartén
de aceite hirviendo y el gato escapa chillando como una persona. Al día
siguiente un vecino de la suegra les comunica que la vieja está gravemente
enferma. El hijo acude sin perder tiempo a su lado y le pregunta qué es lo que
le pasa.
—¿Qué me pasa?
—exclama la madre—. ¡Me pasa el sartenazo de aceite hirviendo que me arrojaste
anoche!»
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