La
versión cinematográfica de Francis Ford Coppola de la novela de Stoker, que añadió el nombre
del autor al título porque otro estudio poseía los derechos de la palabra Drácula,
es más una historia de amor propia del Romanticismo, que una película de
terror. Cuenta la historia de un heroico guerrero que, víctima de una
terrible maldición, busca el amor perdido muchos siglos atrás. Pero lejos de
ser un anodino y lloroso amante despechado, este noble boyardo es un monstruo
sediento de sangre. El
filme de Coppola comienza con el regreso del cruzado Vlad Tepes, el personaje histórico
en el que se inspiró Stoker, de la guerra contra los turcos que amenazaban Hungría, Valaquia y Transilvania después de haber tomado Constantinopla, la capital del Imperio de Oriente en
1453. Nada más llegar a su castillo, el conde descubre que su amada Elisabeta
se ha suicidado a causa de un ardid de los otomanos. Cuando los sacerdotes
se niegan a darle cristiana sepultura a su esposa por ser una suicida, Drácula
monta en cólera y reniega de Dios. La escena, que no aparece en la novela, es
sencillamente genial porque permite establecer la relación entre el personaje
original, un noble medieval, y la monstruosa criatura en la que acabará convirtiéndose: un nosferatu; un no-muerto que jamás gozará del descanso eterno
que conlleva la muerte.
La
película avanza hasta 1898 para mostrarnos a un joven abogado inglés, Jonathan
Harker (Keanu Reeves) que es enviado a los Cárpatos por su despacho para tramitar la compra de unas propiedades en Londres que desea realizar un acaudalado aristócrata transilvano,
que resulta ser el malvado conde Drácula. Jonathan viaja hasta el remoto
castillo en ruinas del conde para entregarle las escrituras de propiedad. Allí
descubrirá a un anciano decrépito que se interesa sobremanera por el retrato
que le muestra imprudentemente el joven Jonathan de su bella prometida Mina
(Winona Ryder). Convencido de que Mina es la reencarnación de su difunta esposa
Elisabeta, el conde se encamina a Londres para reunirse con ella, dejando a
Jonathan cautivo en el castillo a cargo de unas libidinosas vampiresas,
entre las que destaca Monica Bellucci en uno de sus primeros
papeles para la gran pantalla. Francis
Ford Coppola trufó la cinta de imágenes de aire marcadamente
wagneriano: el arruinado castillo con la forma de un trono; el manto rojo del
conde sobre las vetustas baldosas; la terrorífica imagen del vampiro recortándose
contra un cielo de color rojo sangre… Gary Oldman, por su parte, interpreta magistralmente
al vampiro hastiado de su interminable y solitaria existencia. A
los que no hayan visto la película, se la recomendamos. Y también la lectura de la
magnífica novela Drácula de Bran Stoker porque ya no se escriben libros como éste.
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