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miércoles, 7 de junio de 2017

Drácula de Bram Stoker (1992)

La versión cinematográfica de Francis Ford Coppola de la novela de Stoker, que añadió el nombre del autor al título porque otro estudio poseía los derechos de la palabra Drácula, es más una historia de amor propia del Romanticismo, que una película de terror. Cuenta la historia de un heroico guerrero que, víctima de una terrible maldición, busca el amor perdido muchos siglos atrás. Pero lejos de ser un anodino y lloroso amante despechado, este noble boyardo es un monstruo sediento de sangre. El filme de Coppola comienza con el regreso del cruzado Vlad Tepes, el personaje histórico en el que se inspiró Stoker, de la guerra contra los turcos que amenazaban Hungría, Valaquia y Transilvania después de haber tomado Constantinopla, la capital del Imperio de Oriente en 1453. Nada más llegar a su castillo, el conde descubre que su amada Elisabeta se ha suicidado a causa de un ardid de los otomanos. Cuando los sacerdotes se niegan a darle cristiana sepultura a su esposa por ser una suicida, Drácula monta en cólera y reniega de Dios. La escena, que no aparece en la novela, es sencillamente genial porque permite establecer la relación entre el personaje original, un noble medieval, y la monstruosa criatura en la que acabará convirtiéndose: un nosferatu; un no-muerto que jamás gozará del descanso eterno que conlleva la muerte.
La película avanza hasta 1898 para mostrarnos a un joven abogado inglés, Jonathan Harker (Keanu Reeves) que es enviado a los Cárpatos por su despacho para tramitar la compra de unas propiedades en Londres que desea realizar un acaudalado aristócrata transilvano, que resulta ser el malvado conde Drácula. Jonathan viaja hasta el remoto castillo en ruinas del conde para entregarle las escrituras de propiedad. Allí descubrirá a un anciano decrépito que se interesa sobremanera por el retrato que le muestra imprudentemente el joven Jonathan de su bella prometida Mina (Winona Ryder). Convencido de que Mina es la reencarnación de su difunta esposa Elisabeta, el conde se encamina a Londres para reunirse con ella, dejando a Jonathan cautivo en el castillo a cargo de unas libidinosas vampiresas, entre las que destaca Monica Bellucci en uno de sus primeros papeles para la gran pantalla. Francis Ford Coppola trufó la cinta de imágenes de aire marcadamente wagneriano: el arruinado castillo con la forma de un trono; el manto rojo del conde sobre las vetustas baldosas; la terrorífica imagen del vampiro recortándose contra un cielo de color rojo sangre… Gary Oldman, por su parte, interpreta magistralmente al vampiro hastiado de su interminable y solitaria existencia. A los que no hayan visto la película, se la recomendamos. Y también la lectura de la magnífica novela Drácula de Bran Stoker porque ya no se escriben libros como éste.


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