Senaquerib
fue rey de Asiria entre los años 705 a.C., tras suceder a su padre Sargón II, hasta
el 681 a.C., y también reinó sobre Babilonia desde el año 689 a.C. Su
reinado estuvo marcado por las continuas campañas militares que dirigió en Mesopotamia, guerreando contra Elam, Urartu y Egipto. Senaquerib también combatió al rey
Ezequías de Judá, asedió Jerusalén y arrasó Babilonia tras
varias revueltas contra su dominio, la última de las cuales provocó la muerte
de su hijo y heredero, Asurnadin, lo que acarrearía un conflicto sucesorio, a
resultas del cual Senaquerib murió asesinado por dos de sus hijos en una revuelta
palaciega. Fue sucedido y vengado por su hijo menor y nuevo heredero designado,
Asarhadón. A
pesar de su intensa actividad bélica, sus mayores esfuerzos los dedicó a la
arquitectura y las obras públicas. Reconstruyó con colosales proporciones la
antigua ciudad sagrada de Nínive, convirtiéndola en la gran capital de Asiria, y dotándola de templos, palacios, jardines y murallas como los de Babilonia. Construyó, además, el colosal
acueducto de Jerwán, para abastecerla de agua.
En
cuanto al asedio de Jerusalén, aunque Senaquerib había enviado cartas amenazadoras
advirtiendo al rey Ezequías que no había desistido en su determinación de tomar la
capital de Judá, la Biblia dice que «los asirios ni siquiera lanzaron allí una
flecha, ni contra ella alzaron cerco con propósito de sitiar». Cuenta también la Biblia
que según una profecía de Isaías «no disparará contra ella [Jerusalén] una sola
flecha», pero el hecho es que, tras derrotar a los egipcios, Senaquerib se
volvió contra Judá con el grueso de sus tropas, tomando varias ciudades amuralladas y poniendo sitio a Jerusalén.
Según el relato bíblico, Yahvé envió contra los invasores al Ángel Exterminador, que en una noche
derribó a ciento ochenta y cinco mil hombres en el campamento de los asirios:
«Se levantaron por la mañana, y he aquí que todos eran cadáveres». Tal desastre
obligó a Senaquerib a regresar a su país, pero los judíos quedaron
estigmatizados durante siglos como los portadores de terribles plagas mortales, y cuando
la Peste Negra se abatió sobre Europa en 1348, las autoridades eclesiásticas,
perfectamente conocedoras del episodio bíblico descrito por el profeta Isaías,
no tardaron en culpar a los judíos de la pandemia y de la terrible mortandad
que estaba causando estragos en toda la Cristiandad.
Los
anales de Senaquerib no mencionan nada respecto a este desastre. No obstante,
la relación de la campaña registrada en el Prisma de Senaquerib, conservado en
el Instituto de Estudios Orientales de la Universidad de Chicago, prueba que,
si bien Senaquerib no llegó a tomar Jerusalén, el reino de Judá fue nuevamente
sometido al dominio asirio. Pero
en vista del tono jactancioso que domina habitualmente los textos bíblicos
atribuidos a los profetas hebreos, debemos colegir que algún tipo de desastre
diezmó a los sitiadores asirios. Algunos historiadores intentaron explicar el
desastre refiriéndose a un relato de Heródoto (siglo V a.C.) en el que cuenta que «sobre el
campamento asirio cayó durante la noche un tropel de ratones campestres que
royeron sus aljabas, sus arcos y, asimismo, los brazales de sus escudos», lo
que los incapacitó para tomar la ciudad amurallada de Jerusalén. Este relato obviamente no
coincide con el registro bíblico, ni tampoco encaja con las inscripciones
asirias. No obstante, los relatos de Heródoto reflejan el hecho de que las
fuerzas de Senaquerib sufrieron una súbita calamidad durante la campaña
militar que les obligó a levantar el asedio de Jerusalén.
El rey Senaquerib presidiendo una parada militar |
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