Parsifal prosigue su camino,
hasta que vuelve a tener delante a la doncella a la que robó un beso. En esta ocasión se cuida de reparar el daño al conseguir que ella se
comprometa sentimentalmente con el joven Orilus. Algo que deja al caballero
bastante satisfecho. Sin embargo, la sonrisa
desaparece de sus labios al descubrir manchas de sangre sobre la
nieve. Desciende del caballo, camina hasta donde se encuentran los rojos testimonios
y se arrodilla emocionado… ¡Le recuerdan tanto a su amada Condwiramour! Como se niega a
abandonar el lugar, acuden a convencerlo varios de los caballeros del rey
Arturo, cada uno de los cuales es derribado de su montura con el empujón que
Parsifal les propina. Es la única respuesta que obtienen de él. No hace lo mismo con
Gawain, el gran orador, ya que se incorpora y decide alejarse de la nieve,
donde hace horas que se borraron las manchas de sangre. Una vez se encuentra en
Camelot, recibe una gran noticia: la reina Ginebra le perdona por haber matado
a Ithier de Gaheriez. Esto le ayuda a vivir unas semanas tranquilas, que terminan
convirtiéndose en momentos de diversión y asueto… hasta que aparece la horrenda
Vieja de la Mula, llamada también Kudrum la Bruja.
Tenía una nariz de dogo.
De su boca salían dos colmillos de jabalí, retorcidos y de un palmo de largos,
y los erizados mechones de las cejas se erguían hasta la raíz de su cabellera…
Sus orejas eran como las de los osos. Su huraña fisonomía en nada invitaba a
las caricias de un amante… Esa poco gentil persona caminaba sobre unas patas de
mono y sus uñas ofrecían el afilamiento propio de las garras de un león…
También llevaba un sombrero de plumas de pavo real…, y blandía un látigo con
las correas de seda y la empuñadura repujada de rubíes… Toda su estampa
correspondía a la de una auténtica reina de las sombras… De repente, Kudrum
empieza a insultar a Parsifal, luego le habla de su padre Gahmuret y de
Vairefill, su hermano, para terminar de esta manera:
—Con una sola palabra
que hubieras pronunciado en Montsalvat, eso os habría hecho dueño de unas
riquezas superiores a las que se guardan en Traconitas, la ciudad pagana que
vuestro hermano Vairefill el Angevino, conquistó a la reina de Samarcanda.
Debéis saber que se
conoce como Casa de Anjou o Angevina a tres dinastías de origen francés, de las
que se originaron distintas Casas Reales. Los fundadores de las tres Casas
ostentaron el título de conde (o duque) de Anjou, de ahí su nombre. Distintos
miembros de las Casas de Anjou llegaron a reinar en Jerusalén, Inglaterra,
Sicilia, Nápoles, Hungría y Polonia. Durante los siglos XIII y XIV los
Angevinos se enfrentaron a la Corona de Aragón por la soberanía sobre diversas
posesiones en el Mediterráneo. La rama inglesa de la Casa de Anjou se conoció
como Plantagenet, que a su vez derivó en otras dos ramas: los Lancaster y los York,
que protagonizaron la Guerra de las Dos Rosas en el siglo XV para dirimir la
sucesión al trono de Inglaterra.
Como los caballeros de
la Tabla Redonda han escuchado a la Bruja, entienden que existe un lugar lleno
de tesoros y deciden ir a buscarlo. También lo hace Parsifal, hasta que se le
rompe la espada luego de vencer en un encarnizado combate. Esto le fuerza a
buscar la ayuda del eremita Trevrizent. Se diría que el ermitaño
le estaba aguardando, porque después de servirle unas viandas y ofrecerle de
beber, le lleva a un lugar donde hay un lecho preparado. Aquella misma noche,
cuando Parsifal despierta con la mente despejada, escucha unas explicaciones
que van a introducirle en los misterios del Grial:
—Cuando Lucifer se
hundió con su séquito en los abismos infernales, Dios lo reemplazó por un hombre:
cogió barro y con él formó al noble Adán. Del cuerpo de Adán sacó a Eva… De
esos dos seres, nacieron unos niños; uno de ellos, cayendo en excesos por un orgullo
desmedido, llegó a mancillar a su abuela que aún era virgen. Ahora bien, mucha
gente, antes de haber comprendido el sentido de estas palabras, se sorprende y
pregunta cómo pudo suceder cosa semejante.
Parsifal pide que se le
explique este misterio; y el ermitaño prosigue su exposición:
—La madre de Adán era la
Tierra, y Adán se alimentaba de los frutos de ella. En aquellos felices tiempos
la Tierra era todavía virgen. Pero no os he dicho quién le arrebató la virginidad.
Adán fue el padre de Caín y éste mató a Abel rivalizando por un bien miserable.
Cuando la sangre cayó sobre la Tierra pura, perdió su virginidad. Esa
virginidad le fue arrebatada, pues, por el hijo perverso de Adán…
El joven escucha sin
entender demasiado; no obstante, es consciente de que el eremita le está comunicando
algo que le resultará de una gran utilidad. Se esfuerza entonces en comprender
y, al final, lo consigue. Lentamente las
explicaciones de Trevrizent van tomando otros rumbos, para ir aproximándose a
las esencias del misterio del Grial:
—El pensamiento es capaz
de substraerse a la mirada del Sol; el pensamiento, aunque ninguna cerradura lo
encierre, permanece escondido, impenetrable a cualquier criatura; el
pensamiento son las tinieblas donde ninguna luz penetra. Pero la Divinidad tiene
el poder de iluminarlo todo; su resplandor irradia a través del muro que rodean
las tinieblas… Todo esto lo logra el Grial, cuyo poder emana del mismo Dios… Pero
se debe actuar como lo hicieron los cátaros, los «hombres puros», al
convertirse en Perfectos… el Grial que vos visteis en el castillo de Montsalvat
lo protegían templarios, que con frecuencia se alejan cabalgando, en busca de
aventuras. Sin que importe el resultado de sus combates, gloria o humillación,
lo aceptan de buen grado, con el corazón sereno, tomándolo como la expiación de
sus pecados…
«Los alimentos que
consumen los templarios proceden de una piedra preciosa que, en su esencia, es
toda ella pureza. Si no la conocéis, os daré su nombre: se llama ésta Lapsit Exilis.
Y el fénix se consume y se convierte en cenizas por sus extraordinarias
cualidades; pero de estas cenizas renace la vida; gracias a esta piedra, el
fénix realiza su mutación para reaparecer después en todo su esplendor, tan
bello como siempre. No hay hombre lo suficientemente enfermo como para que, en
presencia de esa piedra, no tenga la convicción de escapar de la muerte durante
la semana siguiente al día en que lo vio. Quien la ve, cesa de envejecer. A partir
del día en que esa piedra se les aparece, todas las mujeres y todos los hombres
recuperan la apariencia que tenían cuando estaban en la plenitud de sus fuerzas.
Si estuvieran en presencia de la piedra durante doscientos años, no cambiarían;
solamente ocurriría que los cabellos se tornarían canos. Esa piedra le da al
hombre tal vigor que los huesos y la carne recuperan al instante la juventud
perdida. También lleva el nombre del Grial… Cada Viernes Santo concede la
piedra la virtud de suministrar los mejores brebajes y los mejores manjares… la
piedra procura, además, a sus custodios caza de todo tipo…
»Os diré que en el borde
de la piedra se lee una misteriosa inscripción, en la que se han escrito los
nombres y el linaje de los que están predestinados a cumplir ese bienaventurado
viaje para conseguirla. Para eliminar la inscripción no es preciso rasparla,
puesto que se desvanece ante los ojos de quienes la miran nada más que leen su
nombre. Los elegidos pueden encontrarse en los más lejanos países, o aquí
mismo…
»En el castillo de
Montsalvat reside una noble cofradía. Los que forman parte de ella han luchado
con valor para impedir que la gente impura se aproxime al Grial, a excepción de
aquellos cuyo nombre se haya inscrito en uno de los bordes de esta piedra
divina. El poder del Grial se manifiesta de esta manera: nadie puede entrar en
el santuario si no es elegido por medio de la magia. Nadie puede ver allí a
Anfortas, el Rey Pescador que vos conocisteis, porque no supo respetar la castidad
al ir en busca del amor, por eso se le hirió en la virilidad con una lanza envenenada…
»Ahora os hablaré del
Linaje del Grial. El abuelo Alarico tuvo un hijo, el rey Frimutel, que falleció
dejando tras de sí a varios descendientes: mi hermana Josiane, la Portadora del
Grial y Dispensadora de Gozos, Anfortas, Herzeloide, vuestra madre y yo mismo…
Aunque me duele, he de contaros que vuestra madre murió de pena al veros
partir… Una tragedia de la que no debéis lamentaros demasiado, porque vuestro
destino ya estaba escrito; encontrar al rey Le Hellín, porque dio muerte a un
caballero del Grial y robó a Guengalet el caballo blanco, al que también
llamábamos Gringalet. Luego él fue el asesino, de una forma indirecta de
vuestra propia madre y de mi hermana…»
Parsifal se muestra
impaciente al conocer su destino y se halla dispuesto a asumirlo. Pero, el ermitaño
Trevrizent le retiene porque necesita contarle algo muy importante:
—No pretendáis marcharos
sin conocer el error que cometisteis en el castillo del Grial: al Rey Pescador
debisteis hacerle esta pregunta: «¿cuál es el sufrimiento del que sois víctima?»
En este punto de la
novela, Wólfram von Eschenbach deja a Parsifal, para narrarnos las aventuras de
Gawain. Éste llega al castillo de la Maravilla, cuyo señor es el temible mago
Klingsor. Un personaje cruel que somete al caballero a varios desafíos, algunos
casi mortales. Se halla agonizante cuando le socorren las Niñas-Flores, que
sólo le retienen el tiempo suficiente para que se restablezca de sus heridas.
Porque Gawain necesita llegar a la Ciudad de los Mil Tesoros. En el momento que se
pone en camino, vuelve a tropezar con otros retos, hasta llegar al Vado
Peligroso. Una vez que lo ha superado, se entera de que su amigo misterioso, el
mago Klingsor, es en realidad un antiguo duque de Mantua, al que un rey ordenó
castrar por haber seducido a su esposa. Como venganza, el adúltero se entregó
al estudio de las ciencias diabólicas, con el fin de hacer prisioneros a todos
los caballeros y a todas las damas que pasasen por su castillo. Sin embargo, se
había impuesto una condición, que acaso nunca pensó en tener que cumplir al
considerarla imposible: rendirse ante quien superará todos los obstáculos y
desafíos urdidos con su magia. Como Gawain acaba de
salir ileso del Vado Peligroso, la última de las pruebas, al mago Klingsor no
le queda más remedio que poner en libertad a todos los cautivos y cautivas que
llenan las lúgubres mazmorras de su castillo. Sorprendentemente, entre los
liberados se encuentra la madre del rey Arturo, y la madre y las hermanas del
propio Gawain. Semanas más tarde,
después de haber pasado por Camelot, Gawain se enfrenta a un misterioso
caballero durante dos días inacabables. Cuando ambos contendientes se encuentran
en el suelo, casi desfallecidos pero con las espadas aún en la mano y
dispuestos a seguir luchando, se preguntan sus nombres. Antes de hablar
levantan las viseras de sus yelmos, y entonces pueden reconocerse: son Gawain y
Parsifal.
Reconocen que por esto
no pudo vencer ningún de los dos en el singular combate y, luego, se abrazan
riendo. En seguida se toman un tiempo para descansar, luego de beber agua y
reponer fuerzas consumiendo unas viandas. Los dos caballeros
continúan superando grandes aventuras, hasta que Gawain cambia la idea de ir en
busca de la Ciudad de los Mil Tesoros por la de contraer matrimonio: se casa
con la bellísima Orgelus. Esto deja muy triste a Parsifal, ya que le ha
devuelto el recuerdo de su amada Condwiramour. Termina por ponerse en marcha,
hasta que se encuentra con un caballero que viste ropas orientales, porta armas
sarracenas y tiene la piel negra. Luchan duramente, hasta que la espada del
caballero de tez blanca se rompe. Entonces su rival depone las armas y revela
su nombre: Vairefill el Angevino. De pronto, Parsifal se
acuerda de que así se llama su hermanastro, es decir, el hijo que su padre tuvo
con la princesa de Oriente. Ambos se abrazan y, después, hablan de los muertos
y de los vivos de su familia. Seguidamente, cabalgan hasta el castillo del rey
Arturo. A la mañana siguiente,
reaparece la bruja Kudrum, que se planta delante de Parsifal; sin embargo, en
esta ocasión no lo hace para insultarle, sino con el fin de que escuche un
mensaje profético de sus labios:
—En la piedra divina ha
aparecido una inscripción, la cual ordena que tú te conviertas en el rey del
Grial. Condwiramour, tu esposa, y tu hijo, Lohengrín, serán llamados al castillo
del Grial contigo… También lo que te he anunciado está escrito en las
estrellas, como bien conoce el noble y rico Vairefill, tu hermanastro negro,
que ahora se encuentra a tu derecha.
De esta manera los dos
hermanos, uno blanco y el otro negro, quedan comprometidos en la conquista del
castillo del Grial. Lo consiguen al formular correctamente la pregunta clave.
Para entonces Parsifal ya se ha casado con Condwiramour, y tiene dos hijos
gemelos, Kardeis y Lohengrín, a los que no conoce porque han nacido mientras él
se encontraba en la Tierra Yerma. Cuando se celebra la ceremonia dentro del
castillo del Grial, el caballero blanco puede ver esta divina piedra; sin embargo,
de tal honor es privado el caballero negro por su condición de pagano. Aunque
sí puede contemplar a la Dispensadora de Gozo, que es la portadora del objeto
que brinda la inmortalidad. Como Vairefill se
bautiza al día siguiente, puede contraer matrimonio con la Dispensadora de
Gozo. Juntos parten hacia Oriente, luego de haberse despedido de sus familiares
y amigos. Después, según la tradición, de esta unión nacerá un hijo: el célebre
y legendario Preste Juan.
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