La guerra del Asiento, también llamada «guerra de la Oreja
de Jenkins», fue uno de los episodios navales que, por la supremacía marítima
en el mar Caribe, mantuvieron España e Inglaterra. Las operaciones inglesas
en el mar Caribe durante la guerra del Asiento entre 1739-1748 se desarrollaron
también en Florida y Georgia. Por el volumen de los medios utilizados por ambas
partes, por la enormidad del escenario geográfico en el que se desarrolló la contienda y por
la magnitud de los planes estratégicos de España e Inglaterra, la guerra del
Asiento puede considerarse como una verdadera guerra moderna. El resultado fue
una victoria española incontestable que se formalizó mediante el Tratado de
Aquisgrán que mantuvo el statu quo ante bellum. Dicho de otro modo: Inglaterra fracasó en su intento de apoderarse del Caribe y su flota fue derrotada por la Armada española. A partir de 1742 la contienda se transformó en un episodio
de la guerra de Sucesión Austriaca, cuyo resultado en el teatro americano
finalizaría con la derrota inglesa y el retorno al statu quo previo a la
guerra. La acción más significativa de la guerra fue el asedio de Cartagena de
Indias de 1741, en el que fue derrotada una flota británica de 186 navíos y casi
27.000 hombres a manos de una guarnición española compuesta por unos 3.500
hombres y 6 navíos de línea. La Historia no volvería a ver una batalla anfibia
de tal magnitud hasta el desembarco de los Dardanelos en 1915, donde los británicos cosecharían otra sonora derrota, convenientemente silenciada durante casi un siglo. Durante la contienda, dada la enorme superioridad numérica y
de medios que utilizó Gran Bretaña contra España, resultó decisiva la
extraordinaria eficacia de los servicios de inteligencia españoles, que
consiguieron infiltrar agentes en la corte londinense y en el cuartel general
del almirante Vernon. El plan general británico, así como el proyecto táctico
de la toma de Cartagena de Indias, fueron conocidos de antemano por la corte española
y por los mandos virreinales con tiempo suficiente para reaccionar y
adelantarse a los británicos. El curioso nombre con el que es conocido este episodio en la
historiografía inglesa, se debe al episodio que dio pretexto para esta guerra:
el apresamiento por el guardacostas español La Isabela del navío contrabandista
inglés Rebecca, capitaneado por el corsario Robert Jenkins, en 1731. Según el
testimonio del propio Jenkins, que compareció en la Cámara de los Comunes en 1738, como
parte de una campaña belicista de la oposición parlamentaria en
contra del primer ministro Walpole, el capitán español don Juan León Fandiño,
que apresó la nave, cortó una oreja a Jenkins al tiempo que le decía (según el
testimonio del inglés) «Ve y di a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se
atreve». En su comparecencia, Jenkins denunció el caso con la oreja en un
frasco, y al considerar la frase de Fandiño como un insulto al monarca
británico, Walpole se vio obligado a regañadientes a declarar la guerra a
España el 23 de octubre de 1739. En el Caribe español el conflicto se conoció
como la guerra de Italia. Este nombre se debe a que, para España, esta guerra
entroncó con la de Sucesión Austríaca y fue en Italia donde se desarrollaron
las principales acciones bélicas españolas.
La conclusión de la guerra de Sucesión Española en 1714, con la firma del tratado de Paz de Utrecht no había supuesto únicamente el desmembramiento del
patrimonio de la Monarquía española en Europa. Gran Bretaña, aparte de haber
evitado la creación de una potencia hegemónica en el continente europeo —con la
unión de las monarquías borbónicas de Francia y España, junto con las
posesiones de la última en el continente europeo—, había conseguido algunas
concesiones comerciales del Imperio Español en América. Así, aparte de la posesión
de Gibraltar y Menorca —territorios reclamados repetidamente por España durante
el siglo XVIII—, Gran Bretaña había obtenido el denominado «Asiento de Negros»,
la posibilidad de vender esclavos negros en la América Española durante treinta
años, y la concesión del «navío de permiso», que permitía el comercio directo
de Gran Bretaña con la América Española por el volumen de mercancías que
pudiese transportar un barco de 500 toneladas de capacidad, rompiendo así el
monopolio español para el comercio con América, restringido con anterioridad
por la Corona a comerciantes provenientes de la Península. Ambos acuerdos
comerciales estaban en manos de la Compañía de los Mares del Sur. La guerra de los Siete Años terminó en 1763. El 10 de
febrero, el Tratado de París fue firmado por el duque Choiseul, el marqués de
Grimaldi y el duque de Bedford. William Pitt se había empecinado en mantener
vivo el conflicto hasta lograr el aniquilamiento total de las fuerzas de
Francia. Los tratados de paz que pusieron fin a la guerra de los Siete Años
representan una victoria para Gran Bretaña y Prusia, y para Francia la pérdida
de la mayor parte de sus posesiones en América del Norte y Asia. Los cambios
territoriales acordados fueron los siguientes: El Reino de Gran Bretaña: obtiene del Reino de Francia,
Senegal y las posesiones en la India a excepción de Mahé, Yanam, Puducherry,
Karikal y Chandernagor, que conservaría hasta bien entrado el siglo XX. En
América recibe todos los territorios franceses en Canadá, los territorios al
este del Misisipi y al oeste de los montes Apalaches (excepto Nueva Orleans),
Dominica, Granada, San Vicente y Tobago. Los franceses también son obligados a
evacuar la isla de Menorca, ocupada durante la contienda a los británicos, que
la dominaban desde que la ocuparon durante la guerra de Sucesión Española. De
España recibe la Florida a cambio de que retire las tropas de ocupación en la
ciudad de Manila (Filipinas) y en el puerto de La Habana (Cuba), y consigue el
derecho de libre navegación por el río Misisipi.
El Reino de España: por el Tratado de Fontainebleau de 1762,
Francia le entrega Luisiana al oeste del Misisipi, incluida su capital, Nueva
Orleans. El Reino de Portugal: España abandona el norte de Uruguay y la
Colonia del Sacramento, ocupados durante la guerra. El Reino de Francia: Además de las 5 plazas indias
mencionadas, se le permite conservar la isla de Gorea y San Pedro y Miquelón.
Gran Bretaña le devuelve Guadalupe y Martinica, y reconoce sus derechos sobre
la pesca en Terranova. El 15 de febrero se firmó el Tratado de Hubertusburg, que
confirmó a Silesia como posesión prusiana y convirtió a Prusia en nueva
potencia europea. Algo que Inglaterra y Francia habrían de lamentar profundamente en el siglo XX. Respecto al Reino de Francia, la pérdida no fue sentida como
algo catastrófico. Se conservaban los derechos pesqueros en Terranova y la
población católica francófona de Quebec recibiría un trato de respeto. Por otro
lado, las pérdidas en la zona del Caribe podían ser compensadas, pues la
colonia principal francesa del mar Caribe, Puerto Príncipe (Haití), producía la
mitad del azúcar consumido en todo el mundo, y su comercio con África y las
Antillas estaba en pleno apogeo. La guerra de los Siete Años ha aparecido en
numerosos filmes, entre los que destacan Barry Lyndon (1975), dirigida por
Stanley Kubrick, y El último mohicano (1992), dirigida por Michael Mann, y que
hace referencia al conflicto franco-británico en Canadá.
Tercer ataque inglés a Cartagena de Indias (13 de
marzo-20 de mayo de 1741)
La extrema facilidad con que los británicos destruyeron
Puerto Bello —que no recuperaría su importancia portuaria hasta la finalización
de la construcción del Canal de Panamá en 1914— condujo a un cambio en los
planes británicos. En lugar de concentrar su siguiente ataque sobre La Habana,
con la intención de conquistar Cuba, como se había previsto, Vernon partiría
otra vez hacia Nueva Granada para atacar Cartagena de Indias, puerto principal
del Virreinato de Nueva Granada y punto de partida principal de la Flota de Indias hacia la
península Ibérica. Los británicos reunieron entonces en Jamaica la mayor flota
vista hasta entonces, compuesta por 186 naves (60 más que la Felicísima Armada de Felipe II) a bordo de las cuales iban 2.620 piezas de artillería y más de
27.000 hombres, entre los que se incluían 10.000 soldados británicos encargados
de iniciar el asalto, 12.600 marineros, 1.000 macheteros (esclavos negros
jamaicanos) y 4.000 reclutas de Virginia dirigidos por Lawrence Washington,
hermanastro del que sería padre de la independencia de Estados Unidos. La difícil tarea de defender la plaza corrió a cargo del
veterano marino español don Blas de Lezo, curtido en numerosas batallas navales de la
guerra de Sucesión Española en Europa, y en varios enfrentamientos con los
piratas y corsarios ingleses del mar Caribe y con los temibles berberiscos de Argelia. Apenas contaba con la ayuda de don
Melchor de Navarrete y don Carlos Desnaux, una flotilla de seis naves (la nao
capitana Galicia más los buques San Felipe, San Carlos, África, Dragón y
Conquistador) y una fuerza de 3.000 hombres entre soldados y milicia urbana, a
la que se unieron 600 arqueros amerindios del interior muy bien adiestrados. El almirante Vernon ordenó bloquear el puerto el 13 de marzo de 1741, al
tiempo que desembarcaba un contingente de tropas y artillería destinado a tomar
el fuerte de San Luis de Bocachica a pocos metros de donde hoy se encuentra el
fuerte de San Fernando de Bocachica, contra el que abrieron fuego de forma
simultánea las naves británicas a razón de 62 cañonazos por hora. Lezo dirigió
cuatro de las naves en ayuda de los 500 soldados que defendían la posición con
Desnaux a la cabeza, pero los españoles hubieron de retirarse finalmente hacia
la ciudad, que ya estaba comenzando a ser evacuada por la población civil. Tras
abandonar también el castillo de Bocagrande, los españoles se reunieron en el
castillo San Felipe de Barajas mientras los virginianos de Washington se
desplegaban en la cercana colina de La Popa para tomar posiciones. Fue entonces
cuando Edward Vernon cometió el error de dar la victoria por conseguida y mandó
un correo a Jamaica comunicando que había conseguido tomar la ciudad. El informe
se reenvió más tarde a Londres, donde las celebraciones alcanzaron cuotas aún
mayores que las realizadas por la toma de Puerto Bello, llegando a acuñarse medallas
conmemorativas en las que aparecía don Blas de Lezo arrodillándose ante Vernon.
Por aquel entonces Lezo era tuerto, cojo y tenía una mano impedida debido a
diferentes heridas sufridas años atrás (era conocido como Mediohombre), pero
ninguna de estas taras se reflejó en las medallas con el fin de que no se
tuviese la idea de haber derrotado a un enemigo débil. Pero, para desgracia de Vernon, lo que estaba por llegar no
era la tan esperada victoria británica. La noche del 19 de abril se produjo un
asalto a San Felipe que se juzgaba definitivo, llevado a cargo por tres
columnas de granaderos apoyados por los esclavos jamaicanos y varias compañías
británicas, convenientemente ayudados por la oscuridad y el constante bombardeo
procedente de los buques. Al llegar se encontraron con que don Blas de Lezo
había hecho excavar fosos al pie de las murallas por lo que las escalas eran
demasiado cortas, de tal manera que no podían atacar ni huir debido al peso del
equipo. Aprovechando esto, los españoles abrieron fuego contra los británicos,
produciéndose una carnicería sin precedentes. Al amanecer, los defensores abandonaron
sus posiciones y cargaron contra los asaltantes a la bayoneta, rematando a la
mayoría y haciendo huir a los que quedaban hacia los barcos. A pesar de los
constantes bombardeos y el hundimiento de la pequeña flota española (la mayoría
por el propio Lezo, para bloquear la bocana del puerto), los defensores se las
ingeniaron para impedir desembarcar al resto de las tropas británicas, que se
vieron obligadas a permanecer en los barcos durante un mes más sin provisiones
suficientes. El 9 de mayo, con la infantería prácticamente destruida por el
hambre, las enfermedades y los combates, Vernon se vio obligado a levantar el
asedio y volver a Jamaica. Seis mil británicos murieron frente a menos de mil
españoles, dejando algunos barcos ingleses tan vacíos que fue preciso hundirlos
por falta de marinería. La mayor operación de la Royal Navy hasta el momento se
saldaba también como la mayor derrota de su historia. Vernon trató de paliar este gran fracaso atacando a los
españoles en la bahía de Guantánamo en Cuba, y luego, el 5 de marzo de 1742, y
con la ayuda de refuerzos llegados desde Europa, atacando también en Panamá.
Allí esperaba repetir el éxito de Puerto Bello y fue precisamente a este lugar
adonde se dirigió. Sin embargo, los españoles abandonaron la plaza (que seguía
destruida) y se replegaron hacia la ciudad de Panamá, desbaratando el posterior
intento británico de desembarcar y plantar batalla en tierra. Vernon fue
sustituido en el mando de la flota por Chaloner Ogle y se vio obligado a volver
a Inglaterra en 1742 donde comunicó que el triunfo del que había informado
previamente no existía. Esto causó tal vergüenza a Jorge II que el propio rey
prohibió escribir sobre el asunto a sus historiadores. Así se soslayan las
derrotas británicas: prohibiendo escribir sobre ellas. Algo parecido sucedió en
1916 tras la batalla naval de Jutlandia; la prensa británica aseguró que se
había derrotado y destruido la Flota alemana de Alta Mar, pero lo cierto fue que las bajas británicas
fueron muy superiores a las germanas.
Navío de línea español del siglo XVIII |
No hay comentarios:
Publicar un comentario