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jueves, 12 de octubre de 2017

Orden del Templo: la primera multinacional europea

Cien años después de su fundación oficial, hacia 1220, la Orden del Temple era la organización más grande de Occidente en todos los sentidos: desde el militar hasta el económico, con más de 9.000 encomiendas repartidas por toda Europa, unos 30.000 caballeros y sargentos —más los siervos, escuderos, peones, artesanos, campesinos, etcétera—, además de 50 castillos y fortalezas en Europa y Próximo Oriente, una flota mercante y una armada propias, anclada en puertos propios en el Mediterráneo (Marsella) y en La Rochelle, en la costa atlántica de Francia. Todo este poderío económico se articulaba en torno a dos instituciones características de los templarios: la encomienda y la banca. Uno de los aspectos en los que la Orden del Temple destacó de una manera extremadamente rápida y sobresaliente, fue a la hora de afianzar todo un sistema socioeconómico sin precedentes en la Historia. La dura tarea de llevar un frente de guerra en ultramar les hizo proveerse de una gran escuadra, una red de comercio fija y establecida, así como de un buen número de posesiones en Europa para mantener en pie un flujo de dinero constante que permitiera subsistir al ejército del Temple en Tierra Santa. A la hora de hacer donaciones, la gente lo hacía de buena gana; unos, interesados en ganarse el cielo; otros, por el hecho de quedar bien con la Orden. De este modo la misma recibía posesiones, bienes inmuebles, parcelas, tierras, títulos, derechos, porcentajes en bienes, e incluso pueblos y villas enteras con los derechos y aranceles que sobre ellas recaían. Muchos nobles europeos confiaron en ellos como guardianes de sus riquezas e incluso muchos templarios fueron usados como tesoreros reales, como en el caso del Reino francés, que dispuso de tesoreros templarios que tenían la obligación de personarse en las reuniones de palacio en las que se debatiera el uso del tesoro. Para mantener un flujo constante de dinero, la Orden tenía que tener garantías de que el capital no fuera usurpado o robado en los largos viajes. Con este fin se estableció en Francia una serie de encomiendas que se esparcían por prácticamente toda su geografía y que no distaban unas de otras más que un día de viaje. Con esta idea se aseguraban de que los comerciantes durmieran siempre a resguardo bajo techo, y poder así garantizar la seguridad de sus caminos. No solo supieron crear todo un sistema de mercado, sino que se convirtieron en los primeros banqueros modernos. Y lo hicieron a sabiendas de la escasez de oro y plata en Europa desde la época del Bajo Imperio, y ofreciendo en sus tratos intereses más razonables que los ofrecidos por los usureros judíos e italianos. Así pues, crearon libros de cuentas, base de la contabilidad moderna, los pagarés e incluso la primera letra de cambio. En esta época era costumbre viajar con dinero en metálico por los caminos, y la Orden dispuso de documentos acreditativos para poder recoger una cantidad anteriormente entregada en cualquier otra encomienda de la Orden. Solamente hacía falta la firma, o en su caso, el sello.
La encomienda
La encomienda era un bien inmueble, territorial, localizado en un determinado lugar, que se formaba gracias a donaciones y compras posteriores y a cuya cabeza se encontraba un Preceptor. Así, a partir de un molino —por ejemplo— los templarios compraban un bosque aledaño, luego unas tierras de labor, después adquirían los derechos sobre un pueblo, etcétera, y con todo ello formaban una encomienda, a manera de un feudo clásico. También podían formarse encomiendas reuniendo bajo un único preceptor varias donaciones más o menos dispersas. Tenemos noticia de encomiendas rurales (Mason Dieu, en Inglaterra, por ejemplo) y urbanas (el Vieux Temple, recinto amurallado en plena capital francesa. Al poco tiempo, su red de encomiendas derivó en toda una serie de redes de comercio a gran escala desde Inglaterra hasta Jerusalén, que ayudadas por una potente flota en el Mediterráneo consiguió hacerle la competencia a los mercaderes italianos (sobre todo de Génova y Venecia). La gente confiaba en la Orden, sabía que sus donaciones y sus negocios estaban asegurados y por ello no dejaron nunca de tener clientela. Llegaron hasta el punto de hacerles préstamos a los mismísimos reyes de Francia e Inglaterra.
Tráfico de reliquias
Los templarios tuvieron uno de sus más lucrativos negocios en la comercialización de reliquias. Así pues, distribuían el óleo del milagro de Saidnaya, un santuario a 30 kilómetros de Damasco a cuya Virgen se atribuía el milagro de exudar un líquido oleoso. Los templarios lo embotellaban en pequeños frascos y lo distribuían en Occidente. Al parecer, también comercializaron numerosos fragmentos del Lignum Crucis, la Santa Cruz en la que había sido crucificado Cristo y que los templarios aseguraban haber encontrado. Sin embargo, sus operaciones económicas siempre tuvieron como meta el dotar a la Orden de los fondos suficientes para mantener en Tierra Santa un ejército en pie de guerra constante.
La Cruz paté roja
El 27 de abril de 1147, el papa Eugenio III convoca en Francia la II Cruzada, y, de paso, asiste al capítulo de la Orden celebrado en París. El Papa concedió a los templarios el derecho a llevar permanentemente una cruz sencilla, pero ancorada o paté, que simbolizaba el martirio de Cristo. El color autorizado para tal cruz fue el rojo porque «que era el símbolo de la sangre vertida por Cristo, así como también de la vida. Puesto que el voto de cruzada se acompañaba de la toma de la cruz, y llevarla permanentemente simbolizaba la persistencia del voto de cruzada de los templarios». La cruz estaba colocada sobre el hombro izquierdo, encima del corazón. En el caso de los caballeros, sobre el manto blanco, símbolo de pureza y castidad. En el caso de los sargentos, sobre el manto negro o pardo, símbolo de fuerza y valor. Asimismo, el pendón del Temple, que recibe el nombre de baussant, también incluía estos dos colores, el blanco y el negro.


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