Aunque su origen ha sido objeto de las más
diversas especulaciones, parece existir un mayor acuerdo en considerar que
nació en Génova hacia 1451. Es posible también que no fuera el primogénito, sobreviviendo
a sus hermanos mayores. Colón tenía además dos hermanos pequeños, Bartolomé,
uno o dos años más joven, y Diego. Su familia, sin ser rica, poseía cierto
acomodo debido al negocio de telares que el padre ostentaba y a los ingresos complementarios
que procuraba a la familia un pequeño comercio de quesos. La infancia de Colón,
como su fecha y lugar de nacimiento, también aparece envuelta en nebulosa. Él
mismo señala que desde muy joven aprendió el oficio de navegante, sin duda
alentado por el carácter marinero de Génova y la ebullición del comercio
mediterráneo que inundaba la ciudad. Parece ser que a los dieciocho años estuvo
al servicio del corsario francés Guillaume de Casanova, quien asediaba las
naves venecianas que comerciaban con Flandes por el Atlántico, hacia 1470. Un
episodio mejor documentado refiere que Colón formó parte de la tropa que, al
mando de Renato de Anjou, nombrado heredero de la reina Juana de Nápoles, se
enfrentó a Alfonso V de Aragón y posteriormente a Juan II, padre del Rey
Católico. Una tercera referencia, algo más dudosa, aparece en un documento que
habla de un corsario que en 1473 asoló las costas valencianas y catalanas. Por
último, se sabe que Colón participó en una flota genovesa que hacia 1475 salió
en defensa de la isla de Quíos, asediada por los turcos, en donde los genoveses
adquirían la goma. Un año más tarde Colón aparece formando parte de una flota
genovesa que se dirige a vender la goma de Quíos en los puertos de Inglaterra,
Portugal y Francia. Siendo atacada por el corsario Casanova, el barco en el que
Colón viaja naufraga y éste puede alcanzar a nado la costa de Portugal,
asentándose en Lisboa, donde existe una amplia colonia genovesa. Es en Lisboa
donde Colón conocerá a su mujer, Felipa Moniz de Perestrello, de familia noble
y afamada. Durante estos años, Cristóbal Colón se dedicó al comercio y hubo de
tratar con gentes marineras, que a buen seguro contarían historias sobre la
existencia de tierras más allá del mar Océano, sobre extraños objetos o troncos
encontrados flotando y sobre naufragios en costas alejadas y desconocidas hasta
entonces.
En esa época (1481), Colón viaja a
la costa oeste africana como miembro de la expedición de Diego de Azambuja y a
Inglaterra, portando productos desde Génova. El mismo Almirante declara, aunque
algunos autores lo ponen en duda, que pudo haber tocado las costas de Islandia.
No cabe duda de que todos estos viajes otorgarán a Colón una acreditada
experiencia en las artes de navegación, así como un vasto conocimiento de la
geografía de la época. En la mentalidad de científicos y navegantes de finales
del siglo XV existen ya diversas ideas y concepciones que dan pie a la creencia
de Cristóbal Colón en una ruta occidental hacia Catay y las Indias de las
especias —el Extremo Oriente— más corta y ajena al peligro que suponen la piratería
y los turcos. El Mediterráneo es por aquel entonces un mar demasiado estrecho y
peligroso, donde naciones enemigas y piratas de toda clase dificultan o impiden
la ruta que lleva hacia los ricos países orientales productores de especias y
productos exóticos. En la segunda mitad del siglo XIII, el veneciano Marco
Polo, entre otros, abrió el camino de la larga travesía hacia Catay,
demostrando además el beneficio económico que, no obstante el largo y peligroso
viaje, puede deparar una carga de mercaderías traída desde Oriente. La ruta
occidental por mar, más segura que la travesía terrestre y más rápida que la
marítima bordeando el sur de África, ya explotada por los portugueses, se
convierte a mediados del siglo XV en un foco de especulaciones, configurándose
paulatinamente en una creencia cierta sobre la que cada vez se acumulan más
datos. Toscanelli, en cuyas afirmaciones creerá Colón, no solo piensa que debe
existir una ruta occidental que libre del peligro de los turcos, sino además
fija la distancia de la ignota isla Antilla del Atlántico con la isla de
Cipango (Japón) en 2.500 millas. El mismo científico transmite a Colón por
carta sus impresiones. El viaje de Colón a los nuevos territorios no debe
explicarse como un hecho aislado o fruto de la mera casualidad. Desde algunos
siglos antes se vienen produciendo diversos antecedentes que preparan el camino
para la gran navegación transatlántica. Un antecedente claro sitúa a los
vikingos tocando la costa americana hacia el año 1000.
En Portugal y Castilla las
navegaciones exploratorias cada vez son más frecuentes, contribuyendo a crear
un corpus de información geográfica y astronómica e incorporando nuevos
territorios a los ya conocidos. Las innovaciones y mejoras técnicas o las
incorporaciones de adelantos procedentes de otras culturas, como el astrolabio,
facultan a las naves de los reinos hispánicos para realizar grandes travesías.
Desde el siglo XIII la acumulación de conocimientos, además del empuje
demográfico y el dinamismo económico, parecen actuar a favor del descubrimiento
de nuevas tierras. En 1415 el rey portugués Enrique el Navegante fundó en
Sagres un centro de estudios cartográficos y náuticos, que recogía las noticias
y hallazgos procedentes de las exploraciones del litoral africano. Unos años
más tarde, Juan II de Portugal instauró la Junta dos Matemáticos, encargada de
elaborar tablas de navegación basadas en los conocimientos mallorquines y
catalanes sobre el Mediterráneo. El convencimiento de Colón en la posibilidad
de establecer una ruta oceánica occidental pudo basarse, también, en las
conversaciones que supuestamente mantendría con marineros tanto en El Puerto de
Santa María como en Murcia, que aseguraban haber conocido costas lejanas tras
ser arrastrados por el temporal. El dinamismo portugués en cuanto a
sus exploraciones por África, fomentadas desde la Corona, es una cuestión
conocida en la época. En 1484 Diego Cao es premiado por el rey Juan II por sus
exploraciones africanas, lo que sin duda anima a Cristóbal Colón a presentar su
proyecto a la corte portuguesa. Solicita al rey el equipamiento de tres
carabelas con vituallas y mercaderías para comerciar, ser armado caballero y
Almirante y Gobernador de los territorios descubiertos y adjudicarse un diez
por ciento del beneficio económico que se obtenga de las nuevas tierras y
participar con un octavo en cada barco que comerciase con los países hallados.
La negativa del monarca portugués a
secundar la operación parece provocada por estar inmerso en las exploraciones
africanas, convencido de estar ya en la mejor ruta hacia Oriente —la africana—,
y comprometidas las arcas reales en la empresa. Posiblemente, una vez rechazado
el proyecto, pudo enviar una carabela que, tras seguir las indicaciones dadas
por Colón, debió de volver de vacío. En los inicios de 1485 Colón pierde a su
esposa y abandona Portugal, quién sabe si por deudas o acusado de conspirar
contra el rey. Lo cierto es que su hermano Bartolomé ofrece el proyecto a
Enrique VIII de Inglaterra, quien también lo rechaza. Parte entonces Cristóbal
Colón hacia Palos, para ofrecer su plan a los reyes de Castilla y Aragón. El
desembarco en Palos hubo de hacerse a causa de las noticias que circulaban en
la localidad, conocidas de Colón, acerca de un viaje del piloto Alonso Sánchez
de Huelva hacia el Occidente atlántico. Se supone que el prior de La Rábida,
fray Juan Pérez, y el cosmógrafo fray Antonio de Marchena, pudieron entregar el
diario y una carta de ruta del piloto español, que pudo usar Colón en su primer
viaje. Desde luego, la información de la
que disponía el aventurero genovés debía de ser muy deficitaria, ya que su
proyecto fue desestimado por los portugueses —expertos navegantes— y también
por el rey de Inglaterra. Así que la información obtenida en La Rábida debió
serle de muchísima utilidad. Sea como fuere, el caso es que a través de
diversos personajes superpuestos tienen noticia los Reyes Católicos del
proyecto de Colón, siendo recibido por éstos en Alcalá de Henares el 20 de
enero de 1486. Aparte de las ganancias económicas, la idea de Cristóbal Colón
reunía en sí misma las grandes aspiraciones del mundo cristiano de la época,
como el comercio directo con Oriente, el contacto con los legendarios reinos
cristianos del Preste Juan y el remate al ideal de Cruzada con la toma definitiva
de Jerusalén. Valedores de Colón fueron fray Juan Pérez y el contador mayor,
don Alonso de Quintanilla, quienes consiguieron que una junta consultiva se
reuniese en Córdoba para examinar sus ideas. Posiblemente fue el confesor de la
reina Isabel, fray Hernando de Talavera, quien, contrario al proyecto, fomentó
la negativa de la junta. Parece, además, que otras razones incidieron en el
rechazo a apoyarlo, fundamentalmente la guerra establecida con el reino nazarí
de Granada y las desmesuradas peticiones de Colón, ciertamente inéditas en la
época. Se sabe que esas mismas peticiones habían molestado sobremanera al rey
de Portugal.
En tanto se delibera en la corte de
Isabel y Fernando, Bartolomé Colón viaja a Francia con la información adicional
que le han proporcionado en La Rábida a su hermano Cristóbal, y presenta el
proyecta a Ana de Beaujeu, regente durante la minoría de edad de Carlos VIII.
En Francia tampoco se prestará demasiado crédito al proyecto del aventurero
genovés. Las deliberaciones en la corte castellana se dilataron varios años,
durante los cuales Colón, no obstante, fue mantenido por indicación de la
Corona. Son años en los que Colón va ganando adeptos en la corte, como fray
Diego de Deza, o Medinaceli, en cuya casa se alojó dos años. Una nueva negativa de la corte le
empujó a marchar de España, pasando antes por La Rábida. Desde allí fray Juan
Pérez hace un último intento, escribiendo una carta a la reina Isabel, como
resultado de la cual Colón es llamado a Santa Fe (Granada) para empezar a
negociar. En este punto la intervención de don Luis de Santángel, escribano de
ración de la Corona de Aragón, resulta determinante, pues persuade a la reina
de la viabilidad y conveniencia del proyecto. La negociación finaliza el 17 de
abril de 1492, dando lugar a las Capitulaciones de Santa Fe. En ellas se
determina que Colón y sus herederos ostentarán el cargo de Almirante de la mar
Océana en todos los territorios que pudiera descubrir, cobrando el quinto de
las mercancías; se le nombra también virrey y gobernador de las tierras
descubiertas, con poder para nombrar funcionarios; recibirá la décima parte de
los tesoros conquistados o adquiridos y ejercerá de juez en cuantas cuestiones
comerciales se pudieran suscitar; podrá participar con un octavo en cualquier
expedición comercial que se emprendiese, obteniendo así un octavo de los
beneficios. Se equipara así a Colón en rango con el Almirante de Castilla, con
los mismos privilegios y mercedes, y su hijo Diego es nombrado paje del
príncipe don Juan. Las pretensiones de Colón son inusitadas para la época, pues
aparte de exigir un alto porcentaje sobre los beneficios de la empresa, sus
aspiraciones políticas le convertirían de hecho en el segundo dignatario de
Castilla tras la reina. Sus pretensiones son más desmesuradas aun considerando
que se trata de un advenedizo, un trotamundos extranjero recién llegado que
presenta un plan inconcebible. El acuerdo con los reyes de Castilla y Aragón
indica, por tanto, que en la mentalidad y conocimientos de la época ya estaba
la posibilidad de realizar un viaje así. Además, juega a favor de Colón el
hecho de que la toma de Granada ha acabado, lo que permite a los Reyes distraer
su atención hacia otros asuntos y dedicar recursos al nuevo proyecto.
El 30 de abril de 1492 los reyes
envían una misiva a Palos en la que ordenan la construcción de dos carabelas
que pondrán al servicio de Colón, como pago o castigo contraído con
anterioridad. El mismo Colón se desplaza a la localidad para formar la
tripulación, encontrando reticencias hasta que interviene fray Juan Pérez y se
enrola el afamado marino don Martín Alonso Pinzón, ofreciendo una carabela
propia. Con él se enrolan también sus hermanos don Francisco Martínez y don
Vicente Yáñez Pinzón y el piloto don Juan de la Cosa. Armadas las carabelas
Pinta, Niña y la nao Santa María, salen del puerto la madrugada del 3 de agosto
de 1492, dirigiéndose a las islas Canarias, donde arribarán más tarde. Allí
repostan y hacen las oportunas reparaciones, tras lo que parten en dirección oeste.
La duración de la travesía comienza a impacientar a la tripulación, surgiendo
amagos de sublevación que son atajados por Colón mintiendo sobre la distancia
recorrida y prometiendo regalos. La situación comenzaba a ser desesperada
cuando Rodrigo de Triana avistó tierra el 12 de octubre, habiendo llegado a la
isla Guanahaní. Durante este viaje realizó además exploraciones durante tres
meses por otras islas cercanas, a las que bautizó como Juana (Cuba) y La
Española (Santo Domingo-Haití). En ésta parece ser que tuvo el primer contacto
con un jefe nativo, quien le regaló varios objetos de oro. En la Nochebuena de
1492 la Santa María embarrancó, lo que persuadió a Colón de aprovechar sus
restos para construir un fortín, que sería bautizado Fuerte Navidad, y donde
quedarían algunos miembros de la expedición, para congraciarse con los indios y
establecer una colonia. Separada la Pinta tras la insubordinación de don Martín
Alonso Pinzón, quien se había ido a explorar la mítica isla de Babeque, Colón
parte con la Niña hacia España el 2 de enero de 1493, llevándole las corrientes
a Lisboa. En esta ciudad, Juan II alega que las nuevas tierras son suyas, en
función del tratado de Alcaçovas, lo que generará una polémica que no quedará
saldada hasta la intervención del papa Alejandro VI y el acuerdo establecido
por el Tratado de Tordesillas el 7 de junio de 1494.
De vuelta a España, los reyes le
reciben en Barcelona. Colón les trae presentes y lleva consigo a seis indios.
Son los primeros amerindios bautizados, encargando los reyes a Colón emprender
un nuevo viaje en el que llevará consigo a fray Bernardo Boyl y otros
religiosos para convertir a la población. El segundo viaje cuenta ya con un
ingente despliegue de medios, lo que indica un interés colonizador. Se preparan
mil quinientos hombres y diecisiete barcos cargados con vituallas y provisiones
tanto para mantenerse, como para fundar establecimientos permanentes. Entre los
viajeros figuran el hermano de Colón, Diego, Ponce de León, fray Antonio de
Marchena, don Alonso de Ojeda, don Juan de la Cosa, Pedro Margarit, etcétera.
El regreso a Fuerte Navidad es desolador, encontrando solo restos mortales que
indican un ataque de los indígenas y querellas entre los españoles; algunos de
los cuales habrían partido al interior de la isla con la esperanza de encontrar
oro. El 6 de enero de 1494 se fundó la
primera ciudad, La Isabela, en un lugar malsano que provocó que fuera
abandonada dos años más tarde, fundándose Santo Domingo a instancias de
Bartolomé Colón. Entre tanto, continuó su hermano Cristóbal realizando
exploraciones, convencido de estar ante las puertas de los reinos del Gran Kan.
Así, reconoce por completo La Española y explora Cuba, Jamaica y algunas islas
menores. Tras dejar a don Francisco Roldán como alcalde mayor de La Isabela,
emprendió Colón el viaje de regreso a España. Surgió entonces el conflicto
entre Roldán y Diego Colón, que provocará la primera sublevación. Los
desórdenes producidos llegan a oídos de la Corona, que envía a un visitador
para investigar el asunto. Como resultado, se presentan acusaciones contra
Colón por parte de los castellanos, que son ignoradas por los Reyes Católicos.
El 30 de mayo de 1498 parte
Cristóbal Colón por tercera vez, al frente de una flota de seis barcos y
seiscientos hombres. Durante esta expedición realizó nuevas exploraciones, como
las de la isla Trinidad, el golfo de Paria, en el continente americano,
Asunción (Tobago) y Concepción (Granada), Margarita y Cubagua. A su regreso a
La Española siguen los problemas generados por Roldán y otros españoles,
contestadas por Colón con actuaciones soberbias y despóticas. Como resultado,
la Corona envió a un nuevo investigador, don Francisco de Bobadilla, cuya
autoridad no reconoció Colón, por lo que fue encadenado y enviado preso a la
Península. La protección real, aunque con algunas reservas, le procuró ser
absuelto y que se nombrara un nuevo investigador en sustitución de Bobadilla,
esta vez fue don Nicolás de Ovando. Para evitar nuevos conflictos, los Reyes
Católicos prohibieron a Colón desembarcar en La Española en su cuarto viaje,
emprendido el 11 de mayo de 1502 junto con su hermano Bartolomé y su hijo
Hernando, tocando las islas del Caribe, Santa Lucía o Martinica, Santa Cruz,
Puerto Rico, Honduras. El viaje resultó descorazonador, pues el paso hacia las
Indias, en el que Colón aún creía firmemente, no aparecía por ninguna parte.
Parece ser que las penalidades y el carácter altivo y despótico de Colón
empujaron a la tripulación a rebelarse, a lo que se sumó una fuerte tormenta y
el mal estado de las naves. De vuelta a España, Colón ha de ocuparse de hacer
valer sus derechos, pleiteando con la Corona. A pesar de habérsele reconocido
algunas mercedes, la situación interna de los reinos ha cambiado profundamente,
tras fallecer la reina Isabel. Las reclamaciones al rey Fernando no son
atendidas como quisiera, encontrándose éste en una difícil coyuntura política
por la posible llegada al trono de Felipe I. No obstante, Colón aún conserva
algunas amistades entre los personajes influyentes de la corte, como don Diego
Hurtado de Mendoza o el cardenal Cisneros. Arruinado y melancólico, Colón ve
próxima su muerte, dictando testamento a favor de sus hijos, hermanos y de
Beatriz Enríquez, mujer con la que compartió parte de su vida y madre de su
hijo Hernando. El 20 de mayo de 1506 muere aquejado de gota y otras
enfermedades en la ciudad de Valladolid, sin saber que en su exploración había
dado con un continente desconocido hasta entonces por los europeos y al que se
dará el nombre de América, fruto de un equívoco al asignar su descubrimiento al
también italiano Américo Vespucio.
Colón desembarca en el Nuevo Mundo |
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