Contra todo pronóstico, el joven Juliano se convirtió
en único augusto del Imperio Romano en noviembre del año 361, tras la repentina
muerte de Constancio II, el augusto de Oriente con el que había entrado en
guerra. Juliano, sobrino de Constantino, se veía a sí mismo como un Alejandro
reencarnado y, seguramente por ese motivo, decidió emprender una campaña militar
contra los persas, enemigos seculares de los romanos en Asia.
La ofensiva se
presentaba como una larga guerra de posiciones y desgaste que, como en campañas
anteriores, beneficiaría a los partos, pese a que Juliano contaba con la
alianza del rey armenio Arsaces II. Aparentemente, la intención política de
esta gran expedición de 65.000 hombres era la entronización del príncipe
Hormizda, hermano del rey persa Sapor II, que se había refugiado en el Oriente romano
en 324, y que se declaraba proclive a buscar una paz duradera con Roma,
respetando la soberanía de Armenia.
Los testimonios del
historiador latino Amiano Marcelino proporcionan una reconstrucción bastante
precisa de la marcha del ejército romano a través de Mesopotamia iniciada en
marzo de 363. Una gran victoria lograda cerca de Seleucia del Tigris permitió a
Juliano alcanzar la capital sasánida, Ctesifonte, sin mayores contratiempos.
Pero ante la imposibilidad de tomarla por asalto, decidió levantar el asedio y marchar
hacia el norte para unirse a la columna conducida por Procopio, su segundo en
el mando. Para conseguir una mayor rapidez de movimientos, Juliano ordenó quemar
las naves de la flota de abastecimiento, y que hasta entonces había acompañado
al ejército a lo largo del Tigris, lo que sin duda desmoralizó a las tropas. En
el curso de una marcha agotadora, continuamente hostigado por un enemigo que se
negaba a presentar batalla en campo abierto, Juliano sucumbió por una lanzada en
el transcurso de una escaramuza con la caballería parta registrada el 26 de
junio de 363.
Se ha planteado que la
jabalina fuera lanzada desde sus propias filas por un soldado cristiano, y se
ha especulado con una posible conjura de la facción asiática del ejército,
encabezada por el conde Víctor y otros oficiales cristianos, entre ellos Valentiniano,
futuro emperador de Occidente.
Juliano fue llevado a su
tienda y fue atendido por su médico personal Oribaso de Pérgamo, que no pudo hacer
nada por salvarle la vida, ya que tenía perforados el hígado y los intestinos y
sufría una gran hemorragia. Después de reunirse con los oficiales para impartir
sus últimas instrucciones, el emperador falleció.
El corto principado de
Juliano terminaba así en un completo fracaso, pues no había logrado restaurar
el paganismo, ni consumar la conquista de Partia. El ejército eligió como su
sucesor a Joviano, un oficial cristiano de origen panonio, que se encontró en
una situación desesperada, en territorio hostil y rodeado por un enemigo
superior. Ansioso por llegar a territorio romano y confirmar su nombramiento,
firmó una paz muy desfavorable con los persas, a quienes cedió Nísibis y gran
parte de la Armenia reconquistada por Diocleciano en 298 a cambio de tener el
paso franco hasta el territorio romano. Sapor II, que nunca había deseado la
guerra con los romanos, y que también tenía que hacer frente a numerosos
problemas internos, firmó la paz con Joviano y el príncipe Hormizda tuvo que
renunciar a su sueño de convertirse en Gran Rey de los partos sasánidas.
Los restos de Juliano
fueron sepultados en Tarso, y posteriormente trasladados a la Iglesia de los
Santos Apóstoles en Constantinopla, siendo depositados en un gran sarcófago de
pórfido. Aunque la iglesia fue destruida por los turcos en 1453 y sus restos
vejados y expoliados, el sarcófago aún se conserva en el Museo Arqueológico de
Estambul.
El historiador Theodor
Mommsen, muy crítico con Juliano, dijo que éste intentó retrasar el reloj de la
Historia y propiciar al agonizante paganismo una última oportunidad.
Antes de dirigirse a Mesopotamia
para iniciar su campaña contra los partos, Juliano quiso detenerse en Jerusalén
y visitó las ruinas del antiguo Templo de los judíos destruido por las legiones
de Tito tres siglos antes. Juliano, quizá para debilitar a los cristianos,
ordenó la reconstrucción del Templo encargando la tarea al prestigioso
arquitecto Alipio de Antioquía y al gobernador de la provincia. Amiano Marcelino
recoge el suceso en sus crónicas y cuenta que, al poco de iniciarse las obras,
unas terribles bolas de fuego estallaron cerca de las obras, y que después de los
constantes sabotajes y ataques perpetrados por los cristianos, los obreros
abandonaron las obras y, tras la muerte de Juliano unos meses más tarde, el
proyecto se abandonó definitivamente.
Catafractos tardorromanos |
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