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miércoles, 11 de abril de 2018

La guerra hispano-holandesa en Filipinas


En 1642 los holandeses toman la isla de Formosa y expulsan a los comerciantes españoles residentes. El nuevo gobernador de Filipinas, don Diego Fajardo Chacón, tan pronto llegó de España y tomó posesión de su cargo, tuvo que hacer frente a varios sultanes indonesios y rebeldes musulmanes en la isla de Mindanao. Para colmo de desgracias, el comercio estaba muy debilitado y no llegaban mercancías desde Nueva España desde hacía más de dos años. Había, además, escasez de pertrechos para los astilleros y los efectivos militares para las guarniciones y las dotaciones de las naves eran insuficientes. Por fin, en julio de 1645, llegan a Manila procedentes de Acapulco los galeones Encarnación y Rosario con nuevos recursos y el arzobispo electo de Manila, don Fernando Montero de Espinosa. El arzobispo se contagió de unas fiebres durante su viaje a Manila, y murió a los pocos días de haber desembarcado, causando gran consternación entre los feligreses de su nueva diócesis. Para acabar de empeorar las cosas, el 30 de noviembre de 1645 hubo un terremoto en Manila al que siguió una réplica el 5 de diciembre, cobrándose un millar de vidas y causando graves daños en los campos de las mismas provincias que habían padecido devastadoras consecuencias de varias erupciones volcánicas que se habían producido entre 1633 y 1640 en aquella castigada región.
Mientras tanto, representantes de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales se reunían en Batavia (Yakarta) y planeaban apoderarse de Filipinas, para lo que deciden enviar al Archipiélago tres flotillas de asalto. La primera estaba compuesta por cuatro galeones y un patache que pusieron rumbo a Ilocos y Panagisan con el fin de apropiarse del comercio con China y llamar a la rebelión a los nativos. Los pataches eran embarcaciones ligeras de guerra, y se utilizaban para llevar avisos, reconocer las costas y guardar las entradas de los puertos. Hoy solo se usa esta embarcación en la Marina mercante.
La segunda flotilla estaba compuesta por cinco galeones y dos brulotes, y puso rumbo a Zamboanga, y después al estrecho de San Bernardino para capturar el galeón español que debía arribar a Manila procedente de Acapulco. La tercera escuadra la formaban seis galeones con el objetivo de cortar las comunicaciones marítimas del archipiélago Filipino con el exterior, cortando la comunicación de Manila con Ternate y Macasar. Pasada la estación de los monzones las tres flotillas debían concentrar sus fuerzas en Manila para tomarla al asalto. El 1 de febrero de 1646 una flota holandesa era avistada en Ilocos y Panagisan. Los holandeses intentaron, sin éxito, convencer a los filipinos para que se levantaran en armas contra los españoles. Al no conseguirlo, se entregaron al saqueo de varias poblaciones hasta la llegada de las milicias españolas que les obligaron a reembarcar.
Fajardo, alarmado, convocó un Consejo de guerra y haciendo inventario de fuerzas, comprueba que solo dispone de los dos maltrechos galeones llegados el año pasado, la nao capitana Nuestra Señora de la Encarnación y la almiranta Nuestra Señora del Rosario que habían atracado en Cavite procedentes de Nueva España en julio 1645. Se asigna el mando de ambos navíos a don Lorenzo Ugalde de Orellana —también conocido como don Lorenzo Orella y Ugalde— que embarca en la Encarnación y el segundo al mando, el almirante andaluz don Sebastián López, que hace lo propio en el Rosario, mientras que don Agustín de Cepeda es nombrado sargento mayor. Cuatro compañías de infantería son embarcadas en cada galeón, mandadas respectivamente por los capitanes don Juan Enríquez de Miranda, don Gaspar Cardoso en la capitana, y don Juan Martínez Capelo y don Gabriel Miño de Guzmán en la nao almiranta. Las tripulaciones solicitan y obtienen la asistencia de capellanes dominicos a bordo, y toman a la Virgen del Rosario como patrona de la Flota.
La primera batalla contra los holandeses iba a producirse en el cabo Bolinao, en la península del mismo nombre, en el golfo de Lingayen, en la provincia de Pangasinán, en la isla de Luzón. El 3 de marzo zarpan de Cavite los dos galeones españoles, al no encontrar enemigo en la isla de Mariveles, ponen rumbo a Pangasinán en la misma Luzón, al noroeste de la bahía de Manila, llegando allí el 15 de marzo. La escuadra holandesa, compuesta por cuatro buques, es avistada por la almiranta a las nueve de la mañana, alertando a la capitana por medio de cañonazos. A las tres de la tarde se inician los combates, formando ambas escuadras en línea. El galeón Rosario es el que sufre más castigo, pero esto permite a la Encarnación concentrar su fuego sobre los buques enemigos dañando severamente a su buque insignia. Tras cinco horas de combate, los holandeses se retiran amparados en la oscuridad de la noche. Los dos galeones españoles persiguen a la escuadra enemiga —muy superior—, hasta el cabo Bojador en el extremo norte de la isla de Luzón. Al amanecer del día siguiente, al perder de vista a la escuadra holandesa, Ugalde da orden de regreso, sufriendo sus naves solo daños menores, y apenas algunas bajas.
En abril de 1646, tras capturar dos barcos españoles que navegaban sin escolta, la segunda flotilla holandesa es avistada próxima a la fortaleza de Zamboanga, al suroeste de la isla de Mindanao. Tras un frustrado ataque por sorpresa de los holandeses, éstos desembarcan en la ensenada de Caldera. El capitán don Pedro Durán de Monforte, con 30 soldados españoles y dos compañías de milicianos filipinos, logra rechazar el ataque holandés a la fortaleza, causándoles un centenar de bajas y obligándoles a reembarcar. Tras recibir la orden del gobernador, el primero de junio de 1646, Ugalde llega al puerto de San Fernandino en Ticao con sus dos galeones, allí aguarda la llegada del galeón San Luis desde Acapulco. Desde allí deberá escoltarlo a su destino. El 22 de junio se avista la escuadra holandesa acercándose a Ticao, identificándose 7 buques y 16 lanchones. Ugalde advierte que se encuentra en una situación comprometida, y que la flota enemiga supera ampliamente a sus dos galeones. Para colmo, el galeón de Acapulco se retrasa. Temiendo ser atacados por tierra, Ugalde desembarca a 150 hombres al mando del sargento mayor don Agustín de Cepeda, y un puñado de cañones y experimentados artilleros al mando del capitán don Gaspar Cardoso. Ese mismo día, a las diez de la noche, los holandeses envían cuatro lanchas a reconocer el puerto. Los españoles les dejan acercarse y esperan a que desembarquen para recibirles con abundante fuego de fusilería, causándoles numerosas bajas y obligándoles a reembarcar. Los ataques de las lanchas contra los dos galeones españoles en los días siguientes fueron igualmente infructuosos. Al cabo de un mes los españoles seguían resistiendo. La fortuna quiso entonces que cuatro prisioneros de la escuadra enemiga consiguieran escapar e informar a Ugalde sobre los planes de los asaltantes: las flotas holandesas planean converger en Manila para tomarla por asalto.
El 24 de julio los holandeses desisten de someter o hundir a los dos galeones españoles, y al no llegar el tercer galeón procedente de Acapulco, ponen rumbo a Manila como tenían previsto. El 25 de julio, Ugalde, libre del bloqueo, vuelve a hacerse a la mar para enfrentarse a la flota holandesa, seguro de que el San Luis ha recalado en otro puerto. Ciertamente, el San Luis, aunque sufrió algunos desperfectos por el temporal, pero pudo recalar en el puerto de Cahayán donde desembarcó su mercancía antes de hundirse al ser arrastrado por la corriente y chocar contra las rocas.
Consciente de que Manila está indefensa —sin barcos ni artillería—, Ugalde se apresta a perseguir a los holandeses con sus exiguas fuerzas. Los dos galeones españoles interceptan a los siete buques holandeses que componen la flota de asalto entre las islas de Banton y Marinduque el 28 de julio. Los españoles se encomendaron a la Virgen del Rosario y la batalla se desató el 29 de julio a eso de las siete de la tarde. Las siete naves holandesas rodearon a la nao Encarnación que se batió con ellos con bravura, mientras la nao Rosario disparaba en apoyo de su compañera desde fuera del cordón enemigo. La Encarnación estuvo a punto de ser abordada, pero la pericia de la marinería hispano–filipina al cortar los cabos de abordaje, lo evitó. Los holandeses mandaron entonces a uno de sus brulotes a prender fuego a la Encarnación, pero fue rechazado por una certera andanada. Después lo intentaron con la Rosario pero esta vez, detonándose la flamígera carga del buque holandés que explotó matando a su propia tripulación en el acto. Los holandeses desistieron al anochecer y, una vez, huyeron al amparo de las sombras de la noche. No hubo ninguna baja en la Encarnación y la Rosario solo perdió cinco hombres.
Al día siguiente la armada española persiguió a los barcos holandeses que solo tenían ya seis naves, siendo interceptados por los dos galeones el 31 de julio a las dos de la tarde cerca de la costa sureste de Mindoro. Los holandeses estaban esta vez a la defensiva, y trataron sin éxito de desarbolar a la Rosario. Luego remolcaron su último brulote hacia la escuadra española, pero el fuego de los cañones y los disparos de fusilería desde la cubierta, lo destrozaron y hundieron con su carga al grito de los españoles de «¡Ave María!» y «¡Viva la fe en Cristo y en la Santísima Virgen del Rosario!». La batalla se prolongó hasta las seis de la tarde, huyendo los holandeses de nuevo en medio de la noche, y con varios de sus buques severamente dañados.
En agosto, la escuadra española regresa a Cavite para efectuar reparaciones. Los marinos e infantes que componían la tripulación fueron recibidos como héroes en Manila, y cumplieron con los votos prometidos a la Virgen en la iglesia de Santo Domingo de Manila. El general Orellana, por su parte, se retiró del servicio siendo recompensado con una encomienda, mientras que los demás oficiales de tropa y marinería fueron ascendidos en sus empleos por el gobernador general.
Estas victorias rebajan la alarma entre las autoridades españolas, que permiten al recién llegado galeón San Diego, navegar a San Bernardino, en Ticao, sin escolta en el preciso momento que tres barcos de la tercera escuadra holandesa estaban entrando en aguas filipinas. El general don Cristóbal Márquez de Valenzuela, capitán del San Diego se sorprendió al encontrar los barcos holandeses cerca de la isla Fortuna, en Nasugbu, Batangas. Viendo que no se trataba de un buque de guerra, los holandeses acosaron al San Diego que, gracias a la pericia de su capitán, logró escapar por los pelos hacia Mariveles, informando en Cavite de la presencia de la flotilla enemiga. El gobernador Fajardo ordena entonces a su sargento mayor, don Manuel Estacio de Venegas formar una nueva escuadra compuesta por la nao Encarnación, la nao Rosario y el galeón San Diego, convenientemente artillado y reconvertido en buque de guerra, y a los que suman una galera y cuatro bergantines.
En esta ocasión, don Sebastián López es puesto al mando de la armada, en la Encarnación, mientras que don Agustín de Cepeda, queda de almirante en la nao Rosario. Se sigue manteniendo a los capellanes en cada nave como parte de su dotación, y el gobernador Fajardo ordena a la tripulación se renueven los votos realizados a la Santísima Virgen. El 16 de septiembre de 1646 la escuadra española navega a Fortuna, pero al no hallar buques holandeses allí, se dirige a Mindoro, encontrándolos entre Ambil y las islas Lubang. Amblas flotas entablan combate sobre las cuatro de la tarde, con el viento en contra de la escuadra española, que, además, es sometida, durante cinco horas, a un intenso bombardeo a larga distancia por la flota holandesa, que cuenta con cañones navales de mayor alcance de tiro que las baterías españolas. A las nueve de la noche, la Rosario se desvía y se ve rodeada por tres naves enemigas, el viejo galeón resiste heroica y desesperadamente durante cuatro horas, pese a los intentos de la Encarnación por acercarse y socorrerle poniéndose en línea para abrir fuego contra los holandeses. Finalmente la Encarnación consigue zafarse del cerco enemigo y refugiarse en cabo Calavite.
Mariveles se encuentra en la boca oeste del golfo de Manila, Cavite al este. La batalla decisiva entre ambas flotas tuvo lugar el 6 de octubre, con la escuadra española dispersada e intentando refugiarse en Mariveles. Tres barcos holandeses, viendo que los tres galeones estaban muy separados, se lanzaron al ataque con la intención de capturarlos o hundirlos. El general López esperó a que se acercaran los holandeses, temiendo ser alejado del resto de la armada por las corrientes. La Encarnación levó el ancla y se defendió de las tres naves holandesas siendo arrastrada por la corriente con ellas lejos del San Diego. Tras cuatro horas de intenso bombardeo, la Encarnación provocó graves daños en los atacantes, obligándoles a retirarse. Al amainar el viento, la galera pudo remar y alcanzar al buque insignia holandés, pese a estar en franca desventaja por el número y el calibre de sus cañones. Aun así, la galera maniobró con gran pericia y utilizó sus baterías meritoriamente, recargando con gran rapidez para aumentar su cadencia de tiro, y compensar el menor calibre de sus proyectiles causando graves daños al enemigo, que se vio así desbordado por lo inesperado de la maniobra.
El buque insignia holandés estaba próximo a hundirse, pero el viento volvió a soplar posibilitando una vez más la huida de los holandeses. La Encarnación y otra galera se dieron a la persecución al anochecer; pero los holandeses, también hábiles marinos, se habían esfumado. Afortunadamente solo hubo que lamentar 4 bajas en la nao Encarnación. Después de esta victoria la flota española regresó a Manila donde cumplió sus votos con la Santísima Virgen del Rosario en la iglesia de Santo Domingo de Intramuros. El 20 de enero de 1647 la victoria española fue celebrada con fiesta, desfile y procesión con el compromiso de repetir las celebraciones cada año. El 6 de abril de ese mismo año, el padre dominico fray Diego Rodríguez, solicitó al vicario de Manila la declaración de Intercesión milagrosa de la Santísima Virgen favoreciendo la victoria de los españoles en nombre de Dios.



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