En 1642 los
holandeses toman la isla de Formosa y expulsan a los comerciantes españoles
residentes. El nuevo gobernador de Filipinas, don Diego Fajardo Chacón, tan
pronto llegó de España y tomó posesión de su cargo, tuvo que hacer frente a
varios sultanes indonesios y rebeldes musulmanes en la isla de Mindanao. Para
colmo de desgracias, el comercio estaba muy debilitado y no llegaban mercancías
desde Nueva España desde hacía más de dos años. Había, además, escasez de
pertrechos para los astilleros y los efectivos militares para las guarniciones
y las dotaciones de las naves eran insuficientes. Por fin, en julio de 1645,
llegan a Manila procedentes de Acapulco los galeones Encarnación y Rosario con
nuevos recursos y el arzobispo electo de Manila, don Fernando Montero de
Espinosa. El arzobispo se contagió de unas fiebres durante su viaje a Manila, y
murió a los pocos días de haber desembarcado, causando gran consternación entre
los feligreses de su nueva diócesis. Para acabar de empeorar las cosas, el 30
de noviembre de 1645 hubo un terremoto en Manila al que siguió una réplica el 5
de diciembre, cobrándose un millar de vidas y causando graves daños en los
campos de las mismas provincias que habían padecido devastadoras consecuencias
de varias erupciones volcánicas que se habían producido entre 1633 y 1640 en
aquella castigada región.
Mientras
tanto, representantes de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales se
reunían en Batavia (Yakarta) y planeaban apoderarse de Filipinas, para lo que
deciden enviar al Archipiélago tres flotillas de asalto. La primera estaba
compuesta por cuatro galeones y un patache que pusieron rumbo a Ilocos y
Panagisan con el fin de apropiarse del comercio con China y llamar a la
rebelión a los nativos. Los pataches eran embarcaciones ligeras de guerra, y se
utilizaban para llevar avisos, reconocer las costas y guardar las entradas de
los puertos. Hoy solo se usa esta embarcación en la Marina mercante.
La
segunda flotilla estaba compuesta por cinco galeones y dos brulotes, y puso rumbo
a Zamboanga, y después al estrecho de San Bernardino para capturar el galeón
español que debía arribar a Manila procedente de Acapulco. La tercera escuadra
la formaban seis galeones con el objetivo de cortar las comunicaciones
marítimas del archipiélago Filipino con el exterior, cortando la comunicación
de Manila con Ternate y Macasar. Pasada la estación de los monzones las tres
flotillas debían concentrar sus fuerzas en Manila para tomarla al asalto. El 1
de febrero de 1646 una flota holandesa era avistada en Ilocos y Panagisan. Los
holandeses intentaron, sin éxito, convencer a los filipinos para que se
levantaran en armas contra los españoles. Al no conseguirlo, se entregaron al
saqueo de varias poblaciones hasta la llegada de las milicias españolas que les
obligaron a reembarcar.
Fajardo,
alarmado, convocó un Consejo de guerra y haciendo inventario de fuerzas,
comprueba que solo dispone de los dos maltrechos galeones llegados el año
pasado, la nao capitana Nuestra Señora de la Encarnación y la almiranta Nuestra
Señora del Rosario que habían atracado en Cavite procedentes de Nueva España en
julio 1645. Se asigna el mando de ambos navíos a don Lorenzo Ugalde de Orellana
—también conocido como don Lorenzo Orella y Ugalde— que embarca en la
Encarnación y el segundo al mando, el almirante andaluz don Sebastián López,
que hace lo propio en el Rosario, mientras que don Agustín de Cepeda es
nombrado sargento mayor. Cuatro compañías de infantería son embarcadas en cada
galeón, mandadas respectivamente por los capitanes don Juan Enríquez de
Miranda, don Gaspar Cardoso en la capitana, y don Juan Martínez Capelo y don
Gabriel Miño de Guzmán en la nao almiranta. Las tripulaciones solicitan y
obtienen la asistencia de capellanes dominicos a bordo, y toman a la Virgen del
Rosario como patrona de la Flota.
La
primera batalla contra los holandeses iba a producirse en el cabo Bolinao, en
la península del mismo nombre, en el golfo de Lingayen, en la provincia de
Pangasinán, en la isla de Luzón. El 3 de marzo zarpan de Cavite los dos
galeones españoles, al no encontrar enemigo en la isla de Mariveles, ponen
rumbo a Pangasinán en la misma Luzón, al noroeste de la bahía de Manila,
llegando allí el 15 de marzo. La escuadra holandesa, compuesta por cuatro
buques, es avistada por la almiranta a las nueve de la mañana, alertando a la
capitana por medio de cañonazos. A las tres de la tarde se inician los
combates, formando ambas escuadras en línea. El galeón Rosario es el que sufre
más castigo, pero esto permite a la Encarnación concentrar su fuego sobre los
buques enemigos dañando severamente a su buque insignia. Tras cinco horas de
combate, los holandeses se retiran amparados en la oscuridad de la noche. Los
dos galeones españoles persiguen a la escuadra enemiga —muy superior—, hasta el
cabo Bojador en el extremo norte de la isla de Luzón. Al amanecer del día
siguiente, al perder de vista a la escuadra holandesa, Ugalde da orden de
regreso, sufriendo sus naves solo daños menores, y apenas algunas bajas.
En
abril de 1646, tras capturar dos barcos españoles que navegaban sin escolta, la
segunda flotilla holandesa es avistada próxima a la fortaleza de Zamboanga, al
suroeste de la isla de Mindanao. Tras un frustrado ataque por sorpresa de los
holandeses, éstos desembarcan en la ensenada de Caldera. El capitán don Pedro
Durán de Monforte, con 30 soldados españoles y dos compañías de milicianos
filipinos, logra rechazar el ataque holandés a la fortaleza, causándoles un
centenar de bajas y obligándoles a reembarcar. Tras recibir la orden del gobernador,
el primero de junio de 1646, Ugalde llega al puerto de San Fernandino en Ticao
con sus dos galeones, allí aguarda la llegada del galeón San Luis desde
Acapulco. Desde allí deberá escoltarlo a su destino. El 22 de junio se avista
la escuadra holandesa acercándose a Ticao, identificándose 7 buques y 16
lanchones. Ugalde advierte que se encuentra en una situación comprometida, y
que la flota enemiga supera ampliamente a sus dos galeones. Para colmo, el
galeón de Acapulco se retrasa. Temiendo ser atacados por tierra, Ugalde
desembarca a 150 hombres al mando del sargento mayor don Agustín de Cepeda, y
un puñado de cañones y experimentados artilleros al mando del capitán don
Gaspar Cardoso. Ese mismo día, a las diez de la noche, los holandeses envían cuatro
lanchas a reconocer el puerto. Los españoles les dejan acercarse y esperan a
que desembarquen para recibirles con abundante fuego de fusilería, causándoles
numerosas bajas y obligándoles a reembarcar. Los ataques de las lanchas contra
los dos galeones españoles en los días siguientes fueron igualmente
infructuosos. Al cabo de un mes los españoles seguían resistiendo. La fortuna
quiso entonces que cuatro prisioneros de la escuadra enemiga consiguieran
escapar e informar a Ugalde sobre los planes de los asaltantes: las flotas
holandesas planean converger en Manila para tomarla por asalto.
El
24 de julio los holandeses desisten de someter o hundir a los dos galeones
españoles, y al no llegar el tercer galeón procedente de Acapulco, ponen rumbo
a Manila como tenían previsto. El 25 de julio, Ugalde, libre del bloqueo,
vuelve a hacerse a la mar para enfrentarse a la flota holandesa, seguro de que
el San Luis ha recalado en otro puerto. Ciertamente, el San Luis, aunque sufrió
algunos desperfectos por el temporal, pero pudo recalar en el puerto de Cahayán
donde desembarcó su mercancía antes de hundirse al ser arrastrado por la
corriente y chocar contra las rocas.
Consciente
de que Manila está indefensa —sin barcos ni artillería—, Ugalde se apresta a
perseguir a los holandeses con sus exiguas fuerzas. Los dos galeones españoles
interceptan a los siete buques holandeses que componen la flota de asalto entre
las islas de Banton y Marinduque el 28 de julio. Los españoles se encomendaron
a la Virgen del Rosario y la batalla se desató el 29 de julio a eso de las
siete de la tarde. Las siete naves holandesas rodearon a la nao Encarnación que
se batió con ellos con bravura, mientras la nao Rosario disparaba en apoyo de
su compañera desde fuera del cordón enemigo. La Encarnación estuvo a punto de
ser abordada, pero la pericia de la marinería hispano–filipina al cortar los
cabos de abordaje, lo evitó. Los holandeses mandaron entonces a uno de sus
brulotes a prender fuego a la Encarnación, pero fue rechazado por una certera andanada.
Después lo intentaron con la Rosario pero esta vez, detonándose la flamígera
carga del buque holandés que explotó matando a su propia tripulación en el
acto. Los holandeses desistieron al anochecer y, una vez, huyeron al amparo de
las sombras de la noche. No hubo ninguna baja en la Encarnación y la Rosario
solo perdió cinco hombres.
Al
día siguiente la armada española persiguió a los barcos holandeses que solo
tenían ya seis naves, siendo interceptados por los dos galeones el 31 de julio
a las dos de la tarde cerca de la costa sureste de Mindoro. Los holandeses
estaban esta vez a la defensiva, y trataron sin éxito de desarbolar a la
Rosario. Luego remolcaron su último brulote hacia la escuadra española, pero el
fuego de los cañones y los disparos de fusilería desde la cubierta, lo
destrozaron y hundieron con su carga al grito de los españoles de «¡Ave María!»
y «¡Viva la fe en Cristo y en la Santísima Virgen del Rosario!». La batalla se
prolongó hasta las seis de la tarde, huyendo los holandeses de nuevo en medio
de la noche, y con varios de sus buques severamente dañados.
En
agosto, la escuadra española regresa a Cavite para efectuar reparaciones. Los
marinos e infantes que componían la tripulación fueron recibidos como héroes en
Manila, y cumplieron con los votos prometidos a la Virgen en la iglesia de
Santo Domingo de Manila. El general Orellana, por su parte, se retiró del
servicio siendo recompensado con una encomienda, mientras que los demás
oficiales de tropa y marinería fueron ascendidos en sus empleos por el
gobernador general.
Estas
victorias rebajan la alarma entre las autoridades españolas, que permiten al
recién llegado galeón San Diego, navegar a San Bernardino, en Ticao, sin
escolta en el preciso momento que tres barcos de la tercera escuadra holandesa
estaban entrando en aguas filipinas. El general don Cristóbal Márquez de
Valenzuela, capitán del San Diego se sorprendió al encontrar los barcos
holandeses cerca de la isla Fortuna, en Nasugbu, Batangas. Viendo que no se
trataba de un buque de guerra, los holandeses acosaron al San Diego que,
gracias a la pericia de su capitán, logró escapar por los pelos hacia
Mariveles, informando en Cavite de la presencia de la flotilla enemiga. El
gobernador Fajardo ordena entonces a su sargento mayor, don Manuel Estacio de
Venegas formar una nueva escuadra compuesta por la nao Encarnación, la nao
Rosario y el galeón San Diego, convenientemente artillado y reconvertido en
buque de guerra, y a los que suman una galera y cuatro bergantines.
En
esta ocasión, don Sebastián López es puesto al mando de la armada, en la
Encarnación, mientras que don Agustín de Cepeda, queda de almirante en la nao
Rosario. Se sigue manteniendo a los capellanes en cada nave como parte de su
dotación, y el gobernador Fajardo ordena a la tripulación se renueven los votos
realizados a la Santísima Virgen. El 16 de septiembre de 1646 la escuadra
española navega a Fortuna, pero al no hallar buques holandeses allí, se dirige
a Mindoro, encontrándolos entre Ambil y las islas Lubang. Amblas flotas
entablan combate sobre las cuatro de la tarde, con el viento en contra de la
escuadra española, que, además, es sometida, durante cinco horas, a un intenso
bombardeo a larga distancia por la flota holandesa, que cuenta con cañones
navales de mayor alcance de tiro que las baterías españolas. A las nueve de la
noche, la Rosario se desvía y se ve rodeada por tres naves enemigas, el viejo
galeón resiste heroica y desesperadamente durante cuatro horas, pese a los
intentos de la Encarnación por acercarse y socorrerle poniéndose en línea para
abrir fuego contra los holandeses. Finalmente la Encarnación consigue zafarse
del cerco enemigo y refugiarse en cabo Calavite.
Mariveles
se encuentra en la boca oeste del golfo de Manila, Cavite al este. La batalla
decisiva entre ambas flotas tuvo lugar el 6 de octubre, con la escuadra
española dispersada e intentando refugiarse en Mariveles. Tres barcos
holandeses, viendo que los tres galeones estaban muy separados, se lanzaron al
ataque con la intención de capturarlos o hundirlos. El general López esperó a
que se acercaran los holandeses, temiendo ser alejado del resto de la armada
por las corrientes. La Encarnación levó el ancla y se defendió de las tres
naves holandesas siendo arrastrada por la corriente con ellas lejos del San
Diego. Tras cuatro horas de intenso bombardeo, la Encarnación provocó graves
daños en los atacantes, obligándoles a retirarse. Al amainar el viento, la
galera pudo remar y alcanzar al buque insignia holandés, pese a estar en franca
desventaja por el número y el calibre de sus cañones. Aun así, la galera
maniobró con gran pericia y utilizó sus baterías meritoriamente, recargando con
gran rapidez para aumentar su cadencia de tiro, y compensar el menor calibre de
sus proyectiles causando graves daños al enemigo, que se vio así desbordado por
lo inesperado de la maniobra.
El
buque insignia holandés estaba próximo a hundirse, pero el viento volvió a
soplar posibilitando una vez más la huida de los holandeses. La Encarnación y
otra galera se dieron a la persecución al anochecer; pero los holandeses,
también hábiles marinos, se habían esfumado. Afortunadamente solo hubo que
lamentar 4 bajas en la nao Encarnación. Después de esta victoria la flota
española regresó a Manila donde cumplió sus votos con la Santísima Virgen del
Rosario en la iglesia de Santo Domingo de Intramuros. El 20 de enero de 1647 la
victoria española fue celebrada con fiesta, desfile y procesión con el
compromiso de repetir las celebraciones cada año. El 6 de abril de ese mismo
año, el padre dominico fray Diego Rodríguez, solicitó al vicario de Manila la
declaración de Intercesión milagrosa de la Santísima Virgen favoreciendo la
victoria de los españoles en nombre de Dios.
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