Bajo
la superficie del poema «Parsifal» late el misterio de la Trinidad gnóstica:
Hombre, Mujer y Naturaleza como la gran creación de Dios. Todos se hallan sujetos a una
condición ineludible: el envejecimiento. Sin embargo, lo mismo que en la
Naturaleza lo que envejece para acabar muriendo, da paso a un nuevo ciclo de
vida, el hombre y la mujer cuentan con el vehículo del Amor para perpetuarse.
Cuando Parsifal halla a su esposa en el mismo
lugar donde la sangre había caído sobre la nieve, su pasión adquiere una renovada fuerza. Más tarde, se reúne con Trevrizent, el cual pronuncia unas palabras de
gran trascendencia:
—He lamentado vuestro inútil esfuerzo, porque la
historia jamás había supuesto que el hombre pudiera conquistar el Grial. Yo os
hubiera retirado la mano rápidamente; pero con vos existía otra oportunidad. No
lamentaros de lo sucedido, porque recibiréis otro premio muy elevado.
Lo que pretende decir el ermitaño es que si el
héroe ha fracasado en su empeño de conquistar el Grial de una manera física, no
debe lamentarlo porque ha sido suyo el triunfo en un sentido espiritual: superó
todas las pruebas durante largos años, hasta llegar al momento decisivo.
Portaba los valores suficientes: misericordia, tolerancia y amor. Es cierto que
le faltaba la pureza absoluta y perfecta, por eso el Grial no terminó de
revelarle todos sus secretos; sin embargo, está muy lejos de sentir rencor,
continúa siendo el mismo, luego nadie le puede arrebatar, al menos desde una
valoración interna, el mérito de seguir considerándose un «héroe» en el sentido
estricto de la palabra.
Por otra parte, los múltiples aspectos del
Grial, tan distintos en muchas ocasiones, dejan muy claro que nos encontramos
ante el enigma más famoso de toda la tradición medieval. Nunca un tema
literario ha excitado tanto la imaginación de quienes pretendían saber qué se
ocultaba detrás de la cortina de humo de las apariencias. Jamás, desde el
Vellocino de Oro, un objeto sagrado ha sido tan buscado y, a la vez, tan
temido.
Las preguntas sin respuesta y las dudas asaltan
las mentes de los esforzados buscadores del Grial, porque saben que detrás de las
aventuras que le dan forma a la leyenda, se esconden misterios mucho más
profundos e inalcanzables. La búsqueda del Grial encierra una insondable espiritualidad
y encarna muchos de los aspectos más positivos del cristianismo medieval.
Esta leyenda tiene su origen en diversas
mitologías, bebe en las fuentes clásicas de la Odisea de Homero y en otras
historias paganas. Los trovadores que la difundieron creían en su
autenticidad; y al parecer fueron creídos por quienes escucharon sus poemas. También se les imitó, al surgir toda
una serie de relatos de similares características a lo largo del siglo XV que
obtuvieron una notable aceptación en todas las cortes europeas, sobre todo,
tras la caída de Constantinopla en poder de los turcos en 1453, lo que dio
nuevos bríos al ideal caballeresco.
La leyenda del Grial está trufada de elementos
que desafían a la razón, apasionan al corazón y estremecen el alma. Amargo
destino el de los héroes que protagonizan los distintos romances griálicos. Sus
ascéticas vidas parecen más propias de los anacoretas, que de unos
caballeros andantes de brillante armadura. Un viaje iniciático que les llevará
a un lugar estéril, donde apenas queda un puñado de mujeres afligidas, sin
hombres, a las que gobierna un rey tullido y moribundo, que pescaba en una
barca y, a la vez, era capaz de adelantar al héroe, para encontrarse con él en el
castillo del Grial y ser así su anfitrión…
¿Acaso no nos recuerda el episodio de Jonathan
Harker en el castillo de Drácula? Si repasamos la novela de Bram Stoker,
encontraremos muchas similitudes entre el castillo del Grial y la sombría
morada del vampiro, convertido en una versión diabólica del bondadoso «Rey
Pescador».
Francis Ford Coppola lo supo plasmar
magistralmente en su versión cinematográfica: la espada clavada en la cruz de
piedra que empieza a manar sangre; el coro de jóvenes; el Grial o cáliz del que bebe Drácula invocando a los poderes de las Tinieblas y renegando de
Cristo… A fin de cuentas... ¡un antiguo caballero desencantado con su destino!
El banquete en el solitario salón, la pregunta
que Jonathan Harker no llega a formular, el sopor al amanecer y un despertar
amargo para encontrarse ante la nada… El castillo de Drácula, como el del
Grial, está desierto…
El Grial terminó por reunir infinidad de significados
y valores. Para Wolfram von Eschenbach era capaz de brindar longevidad a todo
el que lo poseyera y, al mismo tiempo, proporcionar una plenitud espiritual
satisfactoria, como la obtenida a través de una transformación iniciática.
De esta manera se fueron introduciendo elementos
cabalísticos alrededor de este objeto mítico y del tesoro anhelado por tantos
hombres y mujeres. Conviene tener presente que en el siglo XI la Cábala y todo
el pensamiento que la rodeaba estaba muy presente en una Europa que apenas
empezaba a recuperarse del fanatismo apocalíptico del año 1000. En el Toledo
árabe existía una prestigiosa escuela hebrea que estudiaba la Cábala. Algunos
historiadores llevan a Kyot hasta este lugar, donde tuvo conocimiento de la
historia del Grial. Pero existían otras escuelas parecidas en España: en la Gerona hebrea y en la Córdoba musulmana, y en la Europa cristiana destacaba la de Montpellier. Tampoco debe asombrarnos
que se hubiera creado una en Troyes en 1070, y que estuviese dirigida por un
tal Rashid, uno de los más prestigiosos cabalistas de su tiempo.
Casi todos los especialistas admiten que el
estudio de la Cábala puede equipararse con una especie de judaísmo esotérico,
mediante el cual se provoca una transformación dramática de la conciencia. Algo
que podemos encontrar en diferentes religiones orientales. Toda persona que
desea introducirse en el mundo de la Cábala, ha de sumergirse en un proceso
iniciático que le irá transformando la conciencia y la percepción de la
realidad. Entregado a esta metamorfosis permanente, llegará a un estado en el
que logrará proyectarse fuera de su cuerpo, como en una especie de
reencarnación simbólica o «resurrección» iniciática.
Durante su periplo Parsifal encuentra al «Rey
Pescador», que lleva un extraño sombrero forrado con plumas de pavo real. Éste
le invita amablemente a pasar la noche en el castillo del Grial, donde los
corazones de todos sus ocupantes sólo conocen el dolor y la angustia. No
obstante, el joven caballero es recibido con el mayor de los agasajos.
Un escudero atraviesa de pronto el umbral,
llevando una lanza de cuya hoja brota sangre, que resbala a lo largo del asta
hasta la mano de su portador, para perderse luego en la manga del mismo.
Entonces el salón se ve inundado de gemidos y súplicas… El criado sigue
portando la lanza con aspecto lúgubre, pero se va girando hacia las cuatro
paredes de la gran estancia y llega hasta la entrada, por la que sale
súbitamente… Al fondo se abre otra puerta tachonada de acero, de la que surgen
dos doncellas de noble porte… Son unas blanquísimas vírgenes… Cada una de ellas
lleva en la mano un candelabro de oro, en el que arde un cirio… Detrás de
ellas, avanza una distinguida duquesa con su pareja, que porta dos pedestales
de marfil. Sin querer perder más tiempo, aparecen otras ocho damas realizando
las siguientes funciones: cuatro llevan grandes antorchas, y las demás sujetan,
sin apenas esfuerzo, una piedra preciosa que los rayos del sol atraviesan, y
que recibe el nombre de su resplandor… A su vez surgen dos princesas, que van
ricamente ataviadas. Sostienen dos cuchillos afilados… cuyas hojas están hechas
de una plata de blancura extraordinaria… Abren paso a la reina. Es tanto el
resplandor que se desprende del rostro de ésta, que parece estar amaneciendo…
En un cojín de color verde esmeralda porta la esencia de lo que se espera
encontrar en el Paraíso: el Santo Grial, siempre muy superior a todo lo que
pueda llegar a imaginar cualquier ser humano. Dispensadora de Goces es el
nombre de la hermosa doncella a la que se ha concedido el honor de portar el
Grial…
Perceval se encuentra tan aturdido por las
maravillas que tiene la suerte de contemplar, que comete un fatal error de
omisión al no preguntar. Poco más tarde, cuando el fastuoso ceremonial ha
concluido, le llevan a un dormitorio. Continúan tratándole con grandes
miramientos, lo que no evita que se sienta muy intranquilo. Por eso duerme mal.
A la mañana siguiente, descubre que el castillo
se encuentra vacío. Después de cruzar el puente levadizo, halla su caballo
ensillado. Antes de llegar a montarlo, la voz de un escudero invisible le grita
esta maldición:
—¡El odio del Sol recaiga sobre ti! ¡Eres un
gusano! ¡Ni te molestaste en abrir la boca para preguntar a tu noble y
bondadoso anfitrión… Esto te habría proporcionado la inmensa gloria de salvarnos
a todos!
El joven caballero prosigue su camino
descorazonado y muy abatido, porque no ha entendido el significado de las
palabras que acaba de escuchar. Pocas horas más tarde, se encuentra con una
joven que está arrodillada junto al cadáver de un muchacho. Resulta ser
Sigurne, una prima suya a la que no conocía, la cual le revela el misterio que
envuelve el castillo del Grial: si él hubiese preguntado durante la ceremonia…
—Tu abuelo, el rey Alarico, al que también se
conoce con el nombre de «Rey Pescador», se habría curado de todas sus heridas
y, luego, habría vuelto la prosperidad a estas tierras. Pero te quedaste
absurdamente callado, lo que todos lamentamos —sigue reprochándole la
doncella—. No olvides que tu abuelo te entregó una espada única, que terminará
por romperse. Como la seguirás necesitando, deberás ir en busca del herrero
Trebuchet, que vive en las proximidades de la Fuente del Lago, muy cerca de
Karmant. Sólo él podrá volver a forjarla… ¡Pero ya no conseguirás regresar a
Montsalvat, el castillo del Grial!
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