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viernes, 26 de mayo de 2017

Martirio de Santa Eulalia de Mérida

Contaba Eulalia doce años cuando se publicó el decreto del impío emperador Diocleciano prohibiendo rendir culto a Jesucristo –por haber sido ejecutado como enemigo del Estado–, y obligando a los cristianos a ofrecer incienso y sacrificar víctimas a los dioses de Roma. La joven santa hispanorromana se negó a abjurar de su fe y se presentó ante el gobernador Daciano protestando airadamente y diciéndole que se negaba a adorar a los falsos dioses porque las leyes de Roma no estaban por encima de las leyes de Dios y, por tanto, no podían ser obedecidas por los cristianos.
Enfurecido, Daciano ordenó que la insolente niña fuese azotada antes de ejecutarla si no cambiaba de parecer. Según la tradición cristiana, los verdugos dieron comienzo al martirio de la joven santa sometiéndola al primero de los suplicios, que consistía en azotarla con el «flagrum» de correas plomadas. Pareciéndole poco castigo al gobernador, ordenó que también laceraran su cuerpo con barras de hierro rematadas en garfios que, con cada azote, arrancaban pedazos de carne a la víctima.
Viendo el magistrado que la muchacha persistía en su actitud desafiante, ordenó que trajesen aceite hirviente y que lo derramasen en los núbiles senos de la santa. Tal era el enojo del juez, que ordenó que la rociasen con cal viva y que, a continuación, le echasen agua para que así se abrasase. Según la hagiografía oficial, la muchacha no sufrió daño alguno a la conclusión de este suplicio, por lo que mandaron traer una olla llena de plomo derretido. Primero se la enseñaron para disuadirla de su empecinamiento; pero no fue así, y cuando se disponía a recibir el cruel tormento, se solidificó el plomo y sus verdugos se quemaron las manos.
Reconociéndose incapaz de doblegar la férrea voluntad de la niña-mártir, a pesar de los crueles tormentos infligidos, Daciano ordenó que volvieran a azotarla, esta vez con varas de estoraque, y que restregasen sal en sus heridas. Luego mandó que abrasasen su cuerpo con hachones de brea, y que después la metiesen en un horno y que no lo abriesen hasta que el cuerpo de la niña se hubiese reducido a huesos calcinados. Siempre según la tradición católica, la niña salió del horno sin haber recibido daño alguno y cantando himnos y alabanzas a Dios.
Los verdugos tampoco se dieron por vencidos, así que le raparon la cabeza y la pasearon desnuda por las calles y plazas de la ciudad de Emérita-Augusta hasta el lugar de su ejecución. Antes de tumbarla sobre la cruz, le arrancaron todas las uñas de los pies y de las manos. Luego descoyuntaron sus extremidades antes de levantar la cruz, y quemar de nuevo su cuerpo con hachones de brea. Según otras versiones, antes le cercenaron los pechos. Acto seguido, colocaron braseros a su alrededor que chisporroteaban levantando grandes llamaradas que la mártir fue engullendo hasta que de su boca salió una blanca paloma que al instante alzó el vuelo. En ese momento la niña expiró y entregó su espíritu. 
Martirio de Santa Eulalia de John William Waterhouse (1885)

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