En
el año 409, hordas de suevos, vándalos y alanos atravesaron los Pirineos y se
hicieron rápidamente dueños de la península Ibérica, a excepción de la Tarraconense, donde
los romanos pudieron detenerles. Los invasores, después de recorrer el país
destruyéndolo todo a su paso, acabaron por establecerse: los suevos en Galicia y el norte de Lusitania,
los vándalos en la Bética y los alanos en la Meseta Central. Seis
años más tarde, los visigodos, acantonados en la Narbonense (sur de la Galia), entraron
también en España conducidos por su rey Ataúlfo, sucesor de Alarico, y que fue asesinado a los pocos
meses. Fue sucedido por Walia, que hizo la paz con Roma y se retiró de España. Sin
embargo, al cabo de poco tiempo, Roma encargó a Walia que regresara a la
Península para expulsar a los suevos, vándalos y alanos, y restableciera el
orden romano. Los visigodos reaparecieron en España, y aunque lo hicieron en
calidad de aliados de los romanos, en realidad eran los dueños del país porque
el Imperio de Occidente solo existía nominalmente. Teodoredo, hijo de Walia, venció a
suevos y alanos, y obligó a los vándalos a retirarse de la Península y refugiarse
en el norte de África, donde acabarían formando un poderoso reino que duraría más de un
siglo. Los vándalos eran el único pueblo germánico que dominaba la navegación y
llegaron a formar una gran escuadra que asoló el Mediterráneo occidental durante
la primera mitad del siglo VI. Finalmente fueron derrotados por los generales
bizantinos Belisario y Narsés.
El
reino de Eurico y la pérdida de la Galia
Cuando
el Imperio Romano de Occidente dejó de existir en el año 476, los visigodos se
constituyeron en un reino independiente que se extendía desde el Loira, en
Francia, hasta el Guadalquivir, en el sur de España. Eurico fue el rey godo más
poderoso de esta época. Pero los visigodos no conservaron durante mucho tiempo
su reino transpirenaico. El hijo de Eurico, Alarico II, fue vencido y muerto
por los francos en la batalla de Vouillé (507) y los visigodos tuvieron que
abandonar Francia, aunque conservaron Septimania en la Narbonense. La capital
fue entonces trasladada de Tolosa a Toledo, y el Reino visigodo dio origen a la primera monarquía hispánica.
El
reino hispanovisigodo de Toledo
Los
primeros tiempos del Reino visigodo de España fueron muy difíciles, pues el
país había quedado destrozado tras las invasiones, y su unificación no fue
tarea sencilla. Por si fueran pocas las desgracias, sumáronse a ellas
frecuentes luchas entre los propios visigodos. Como la monarquía era de
carácter electivo, no hereditario, cada vez que moría un rey estallaban
encarnizadas luchas intestinas entre los nobles (condes) que aspiraban a
sucederle. Generalmente, el nuevo rey veía alzarse contra él a los partidarios
de algún rival o a los hijos del rey anterior. De los ocho reyes que reinaron
desde Eurico a Leovigildo (485-568), seis fueron destronados o asesinados. Visigodos
e hispanorromanos convivieron largos años sin mezclarse, separados por
profundas rencillas. Aunque ambos pueblos eran
cristianos, los visigodos practicaban la fe arriana y los hispanorromanos la
católica. Por otra parte, aunque menos numerosos, los visigodos se habían adueñado de las mejores tierras por la fuerza de
las armas tras las sucesivas invasiones. Ambas comunidades convivían a regañadientes, separadas por la
lengua, la religión y las costumbres. Incluso tenían leyes diferentes.
Leovigildo
Algunos
reyes enérgicos como Eurico, Alarico II, Teudis y Atanagildo, procuraron
organizar el país imponiendo su autoridad y favoreciendo la fusión de ambas
etnias. En este sentido se distinguió especialmente el rey Leovigildo, hombre
de gran energía y dotes de gobierno. Quiso hacer del suyo un reino fuerte y
organizado, y trabajó infatigablemente para lograrlo. Además, completó la
unificación del país sometiendo a los levantiscos vascones, y anexionándose el
Reino de los suevos (585). Los últimos años de su reinado se vieron turbados
por la rebelión de su hijo, Hermenegildo.
Rebelión
de Hermenegildo
La
Bética, que apenas había sido repoblada por los visigodos tras la expulsión de
los vándalos, era la región donde los hispanorromanos eran más numerosos, ricos
y hostiles a los invasores. Leovigildo envió a su hijo Hermenegildo para
gobernar en su nombre la antigua Bética. Éste había desposado a la princesa
franca Ingunda, que profesaba la religión católica y, más tarde, apoyado por
los hispanorromanos, e influido por su esposa, se rebeló contra su padre.
Después de seis años de guerra civil, Leovigildo pudo dominar la insurrección.
El príncipe rebelde fue desterrado a Valencia y luego a Tarragona, donde fue
asesinado, tal vez por orden de su padre, el rey. Posteriormente, la Iglesia lo canonizó.
Conversión
de Recaredo al catolicismo
Leovigildo
murió a los pocos meses del asesinato de su hijo (586) y le sucedió su segundo
hijo, Recaredo. Éste, impresionado por la trágica muerte de su hermano, y
siguiendo los consejos de Leandro (arzobispo de Sevilla, que había bautizado a
Hermenegildo), abrazó el catolicismo en el III Concilio de Toledo (587). Como
la mayoría de los visigodos siguieron el ejemplo de su monarca y se convirtieron al
catolicismo, la Iglesia adquirió gran influencia sobre la sociedad visigoda, y
los obispos obtuvieron un gran ascendente sobre los soberanos godos. Los Concilios de
Toledo, que hasta entonces se habían circunscrito al ámbito eclesiástico, se
convirtieron en un importante órgano de gobierno, pues muchos nobles ingresaron
en la filas de la poderosa Iglesia católica para obtener sinecuras e influencia
cerca del rey. Ciertamente, la unificación religiosa, forzada o no por las
circunstancias, favoreció la fusión de godos e hispanorromanos. Posteriormente
(672-673) los reyes Chindasvinto y Recesvinto, su hijo, dictaron una sola ley
para ambas comunidades.
San
Isidoro, obispo de Sevilla (556-636), fue un pensador de gran fama que publicó
numerosas obras, y está considerado como uno de los intelectuales más
importantes de su tiempo. Entre sus muchos libros sobre todas las materias,
destacan los Orígenes o Etimologías, compendio de todo el saber de la época.
San Isidoro dejó numerosos discípulos que continuaron su obra, cuya influencia en
la cultura española medieval dejó una profunda impronta.
El
arte visigótico
El
arte visigótico fue una continuación del romano, pero mucho más modesto. Aún se
conservan monumentos de aquella época, sobre todo religiosos. Entre los más destacables figuran la Iglesia de San Juan de los Baños (Palencia) y el
baptisterio de San Miguel en Terrassa (Barcelona), de pequeñas dimensiones. El principal
elemento de la arquitectura visigótica fue el arco de herradura y medio punto, que después
asimilaron los musulmanes.
Decadencia y fin del Reino visigodo de España
A
pesar de la fusión de razas y de la unificación religiosa, la monarquía
hispanovisigoda no consiguió jamás organizarse como un Reino fuerte. El sucesor
de Recesvinto, Wamba (672-680), fue un rey enérgico que reorganizó el ejército
e hizo un último esfuerzo para imponer el orden. Pero sus esfuerzos fracasaron,
y él mismo fue destronado y encerrado en un monasterio por su rival. Los
últimos treinta años del Reino visigodo de España se vieron agitados por continuas
guerras civiles y luchas nobiliarias por la sucesión al trono. Al morir el rey Witiza
(709) estalló una nueva guerra civil contra los partidarios de sus hijos y los de Rodrigo,
duque de la Bética. Triunfó este último, pero los partidarios de Witiza,
deseando vengarse, llamaron en su auxilio a los moros del norte de África
que, tras apoderarse de la Península, pusieron fin a la monarquía visigoda en
711.
Jinete godo del siglo V., su armamento no era inferior al romano |
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