La plaza de
Kadesh se encontraba en el valle del río Orontes, cerca de la actual ciudad
siria de Quinza. La batalla se libró a finales de la primavera del año 1274
a.C. En ella se enfrentaron los carros de guerra hititas del rey Muwatalli II y
la infantería egipcia comandada por el faraón Ramsés II. La refriega
comenzó con ventaja para los hititas, que un primer momento arrollaron a los
infantes egipcios. El resultado de la misma fue incierto, pues ambos bandos se
adjudicaron la victoria en sus crónicas. Si bien los egipcios frenaron el
avance de las conquistas hititas, no pudieron tomar la plaza y sufrieron
cuantiosas pérdidas; desde el punto de vista hitita también les favoreció el
resultado porque frenó el avance de las tropas de Ramsés II en Siria, y los
hititas mantuvieron como vasallos a los reyes de varias ciudades-estado en la
región. Kadesh fue la primera batalla de la Antigüedad ampliamente documentada,
sobre todo en las fuentes egipcias, lo que la ha convertido en objeto de
estudio y controversia. La campaña de Kadesh fue también la primera que generó
un tratado de paz documentado y reúne, además, la característica de ser la
última gran batalla librada en la Edad del Bronce. La guerra de Troya, que tuvo
lugar probablemente por la misma época, no fue registrada en los anales, y lo
que ha llegado hasta nosotros procede de los poemas homéricos recopilados en el
siglo VIII a.C., unos quinientos o seiscientos años después de haberse
producido los hechos que pretende describir. La batalla de Kadesh fue un
combate desigual en el que combatieron tropas de infantería contra carros de
guerra y se saldó con numerosas bajas en ambos bandos, por lo que puede
hablarse de victoria pírrica egipcia o de empate técnico, incluso con notables
ventajas para el bando hitita; podría decirse que resultaron vencedores si se
tiene en cuenta que la batalla supuso el fin de la campaña militar de Ramsés II
en Siria, y el faraón tuvo que renunciar a someter a los reinos vasallos de los hititas
en la región. Terminada la contienda, se mantuvieron las fronteras entre el país
de Hatti y Egipto establecidas dos siglos antes en otro tratado de paz que proporcionó estabilidad a la región al permitir el establecimiento de numerosas ciudades-estado
y reinos vasallos de los hititas o de los egipcios, según cada caso.
Los reinos vasallos contribuían a suavizar las fricciones entre ambos reinos, y hacían cuanto estaba
a su alcance para mantener la paz y proteger las rutas comerciales que unían ambos
imperios con Babilonia y el reino de Mitanni. Al ser estados fronterizos,
débiles militarmente pero ricos y ubicados en posiciones estratégicas, sus
gobernantes tenían claro que serían los primeros en desaparecer si estallaba un
conflicto armado a gran escala. Sin ambiciones territoriales —aparte de las
relativas a su propia existencia—, los estados clientes tenían mucho que perder
y nada que ganar en caso de una confrontación militar en Siria y la región entre Amurru y Kadesh. Amurru era el nombre con el que los egipcios denominaban
al estratégico valle del Eleuteros o Río de los Hombres Libres, un corredor que les permitía alcanzar desde sus puertos en la costa las posiciones
avanzadas en Siria localizadas en las riberas del río Orontes. Amurru
era, pues, vital para los faraones y también para los soberanos hititas. Pero
Amurru no era importante sólo para el comercio y la paz: los reyes anteriores mantuvieron el paso abierto para poder enviar sus ejércitos al Norte y guerrear con el poderoso reino de Mitanni, a menudo aliado de otra gran potencia: Babilonia. Para mantener el paso de Amurru libre y a su
disposición, Egipto debía dominar la plaza de Kadesh, sobre el Orontes. Si caía
Kadesh, caería Amurru y el comercio y las vías de comunicación egipcias quedarían
cortadas. Esto justificaba sobradamente la campaña militar de Ramsés II en Siria,
así como los esfuerzos de sus antagonistas hititas para mantener tan estratégica
zona en su poder.
Ramsés II en su carro de guerra |
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