Tras la repentina muerte de su hermano, el archiduque Carlos
fue elegido césar del Sacro Imperio Romano Germánico en septiembre de 1711.
Esto le obligó a trasladarse a Fráncfort para su coronación como emperador con
el título de Carlos VI y en consecuencia abandonar Cataluña, si bien dejó como
regente a su esposa, la emperatriz Isabel Cristina de Brunswick. Cataluña
esperaba que sus leyes e instituciones propias fuesen preservadas según lo
acordado en el Pacto de Génova de 1705 firmado por los representantes del
Principado y de la reina Ana de Inglaterra. Así, cuando en 1712 comenzaron las
negociaciones de paz en Utrecht, Gran Bretaña planteó a Felipe V el «caso de
los catalanes» y le pidió que conservase los fueros, a lo cual éste se negó,
aunque prometió una amnistía general. Los ingleses no insistieron, puesto que
tenían prisa para que se firmase el tratado y disfrutar de las enormes ventajas
que éste les proporcionaba, sobre todo, en el Caribe español. Al conocer este acuerdo, y presionada por Gran Bretaña,
Austria accedió secretamente a un armisticio en Italia y confirmó el convenio
sobre la evacuación de sus tropas de Cataluña. Finalmente la emperatriz también
se embarcó en marzo de 1713, oficialmente para «asegurar la sucesión» del trono
austriaco, quedando como virrey el príncipe Starhemberg, en realidad con la
única misión de negociar una capitulación en las mejores condiciones posibles,
pero ni siquiera esto se consiguió dado que Felipe V no aceptaba el
mantenimiento de los fueros catalanes. Por otra parte, el Tratado de Utrecht
únicamente había incluido una cláusula por la que el nuevo rey, de la casa de Borbón, concedía una amnistía
general a los catalanes fieles a los Habsburgo, y que éstos gozarían de los mismos privilegios que sus
súbditos castellanos, pero no de los suyos propios. El Gobierno catalán se componía entonces de tres
instituciones, los Tres Comunes de Cataluña: el Consejo de Ciento, que se
encargaba de la ciudad de Barcelona, la Diputación General o Generalidad, de
atribuciones sobre todo tributarias sobre el conjunto del territorio, y el
Brazo Militar de Cataluña. El 22 de junio de 1713 el príncipe Starhemberg
comunicó a los catalanes que había llegado a un acuerdo con el general
borbónico en el llamado Convenio de Hospitalet para la evacuación de sus tropas, y que como garantía les había entregado Tarragona. Después de esto, el general embarcó
secretamente junto con sus soldados, dejando a Cataluña abandonada su suerte. En
Barcelona se formó la Junta de Brazos de las Cortes, que decidió llevar a cabo una
defensa numantina de la plaza. Mientras tanto, el comandante borbónico, el duque de Popoli,
sometía las ciudades circundantes y terminó pidiendo la rendición de la propia
Barcelona, a lo que ésta se negó. Entonces Popoli inició un bloqueo naval, no
demasiado eficaz, ya que era burlado por Mallorca, Cerdeña e Italia. En los
siguientes meses se produjeron levantamientos en el campo, que fueron
rápidamente sofocados. En marzo de 1714 se firmó el Tratado de Rastadt,
confirmado en septiembre por el nuevo Tratado de Baden, lo que suponía el abandono
definitivo de Carlos VI. El emperador austriaco envió una carta a la Diputación General
de Cataluña en la que les explicaba que había firmado el Tratado de Rastadt
obligado por las circunstancias y que todavía mantenía el título de rey de
España.
Por su parte, Felipe V, tras superar la muerte de su esposa, volvió a
exigir la rendición de Barcelona que fue rechazada por los defensores encabezados por el general Antonio de Villarroel y por el conseller en cap
Rafael de Casanova. La ciudad había sido asediada por un ejército de 40.000
hombres y 140 cañones, y Felipe V respondió iniciando el bombardeo de la ciudad. El asedio
continuó durante dos meses —previamente Barcelona había sufrido nueve meses de bloqueo
naval—. El 11 de septiembre de 1714 el mariscal de Berwick ordenó el asalto; la
defensa de los catalanes fue «obstinada y feroz», tal como recordaba el marqués
de San Felipe, y en la lucha cayó herido gravemente el conseller en cap
(Consejero primero del Consejo de Ciento de Barcelona), Rafael de Casanova
cuando lideraba el contraataque contra las tropas borbónicas, blandiendo la
espada y enarbolando la enseña de Santa Eulalia para enardecer a los
defensores. Finalmente, el 12 de septiembre se firmó la capitulación de
Barcelona y el 13 de septiembre de 1714 las tropas borbónicas ocuparon la ciudad. James Fitz-James, I duque de Berwick, era hijo de Jacobo II
de Inglaterra de la dinastía Estuardo, y llevaba unas instrucciones precisas de
Felipe V sobre el trato que debía dar a los defensores de Barcelona cuando la
ciudad cayera, en las que se decía que «se merecen ser sometidos al máximo
rigor según las leyes de la guerra para que sirva de ejemplo para todos mis
otros súbditos que, a semejanza suya, persisten en la rebelión», a pesar de que
pensaba, según lo que dejó escrito en sus Memorias, que aquella orden era
desmesurada y «poco cristiana» —y que se explicaba por qué Felipe V y sus
ministros consideraban que «todos los rebeldes debían ser pasados a cuchillo» y
«quienes no habían manifestado su repulsa contra el archiduque debían ser
tenidos por enemigos»—, pero el duque de Berwick la cumplió nada más entrar en
la ciudad de Barcelona el 13 de septiembre. Al día siguiente creó con carácter
transitorio la Real Junta Superior de Justicia y Gobierno, de la que formaron
parte destacados borbónicos y que sustituyó a las instituciones catalanas ya
que su cometido era gobernar «aquel Principado como si no tuviera gobierno
alguno». Así, el 16 de septiembre, sólo cuatro días después de la capitulación
de Barcelona, el duque de Berwick comunicaba a sus representantes la disolución
de las Cortes catalanas y de las tres instituciones que formaban los Tres Comunes
de Cataluña, el Brazo Militar de Cataluña, la Diputación General de Cataluña y
el Consejo de Ciento. Asimismo, suprimía el cargo de virrey de Cataluña y de
gobernador, la Audiencia de Barcelona, los veguers y el resto de organismos del
poder real. En cuanto a los municipios los cargos de consellers, jurats y paers
fueron ocupados por personas de probada fidelidad a la causa borbónica, y a
finales de 1715 se impuso definitivamente la organización castellana. Como han
señalado varios historiadores, con todas estas medidas el Principado de
Cataluña dejó de existir.
Para la campaña de Mallorca e Ibiza —Menorca había quedado
bajo soberanía británica según lo estipulado en el artículo 11 del Tratado de
Utrecht—, el Intendente General de la Marina, don José Patiño tuvo que
organizar una escuadra con escasez de efectivos y pertrechos, por lo que recurrió
al flete de embarcaciones privadas catalanas, pero también francesas y
genovesas. Con estas embarcaciones, y el auxilio que se recibió de las tropas
francesas enviadas por Luis XIV, se logró la rendición de Mallorca en julio de
1715. Posteriormente se produjo la ocupación de Ibiza. Con estos episodios se
dio por terminada la guerra de Sucesión Española, aunque políticamente no
acabaría hasta la firma en abril de 1725 del Tratado de Viena entre los
representantes de los dos antiguos contendientes, Felipe V y el archiduque
Carlos, desde 1711, emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico. Felipe V aplicó un conjunto de medidas represivas contra los
partidarios de la Casa de Austria que habían apoyado al archiduque Carlos y que
afectaron sobre todo a los estados de la Corona de Aragón. Una de las formas
principales que revistió la represión fue la confiscación de sus bienes y
propiedades. Si se tiene en cuenta que el número de personas afectadas fue
mucho mayor en los tres reinos de la Corona de Aragón que en Castilla, se
confirma que en esta última los que apoyaron al archiduque fueron
fundamentalmente nobles, mientras que en la Corona de Aragón el apoyo fue mucho
más amplio y diverso socialmente. La derrota en la guerra y la represión
borbónica provocaron el exilio de miles de partidarios de la Casa de Austria,
hecho considerado por el historiador Joaquim Albareda como el primer exilio
político de la historia de España. Aunque también existió un exilio de los
partidarios de Felipe V que fueron obligados entre 1705 y 1707 a abandonar los
antiguos reinos de la Corona de Aragón. Sin embargo, el exilio de los
partidarios de los Habsburgo fue mucho más importante ya que alcanzó unas
dimensiones sin precedentes en la historia de España: entre 25.000 y 30.000
personas. Sólo superado por la expulsión de los moriscos de Levante en 1609, que afectó a unas 300.000 personas.
El destino principal de los exiliados catalanes fueron las antiguas
posesiones de la Corona española en Italia; tales como el reino de Nápoles, la
isla de Cerdeña o el ducado de Milán, y los Países Bajos Españoles, estados que
habían pasado a la soberanía del archiduque Carlos, convertido ya en el
emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico. Otra parte, unos 1.500,
marchó a la capital del Imperio, Viena, donde algunos de los exiliados ocuparon
cargos importantes en la corte de Carlos VI como el catalán marqués de Rialp,
nombrado secretario de Estado y del Despacho. Hubo un grupo de unos 800 colonos
que fundaron Nueva Barcelona en el banato de Temesvar en el reino de Hungría,
que también era un dominio de Carlos VI. Una segunda oleada de represión y de exilios forzosos se produjo años
más tarde en momentos de crisis internacional que coincidieron con el
renacimiento de la resistencia de los partidarios de los Habsburgo como ocurrió
con el movimiento de los Carrasclets de 1717–1719, durante la guerra de la
Cuádruple Alianza. De los exiliados se ocupó por orden del emperador Carlos VI
el Consejo Supremo de España creado en la corte de Viena a finales de 1713, y
su ayuda se concretó en el pago de rentas y pensiones a los exiliados que
procedían de los bienes confiscados a los partidarios de Felipe V en los
estados italianos incorporados a la Corona de Carlos VI. En esta ayuda a los represaliados catalanes desempeñó un papel esencial el marqués de Rialp.
Infantería española en 1760 |
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